El arte de Carlos Thomas De La Cerda

Carlos Thomas de la Cerda (Chiapas, México, 1985) supo desde niño que lo suyo es el arte. Desde entonces se ha dedicado a explorarla, no sin antes haber incursionado en estudios universitarios en biotecnología, en el Instituto Tecnológico de Monterrey. También ha buscado inspiración en la arquitectura, pero lo suyo es el humanismo, la etnología y la historia. Su trabajo figurativo produce bellas e interesantes esculturas hechas con alambre y malla de aluminio, de fuerte raigambre en la historia, la mitología y las tradiciones de las antiguas culturas de la región. A su vez, expresa por medio de ellas el inevitable sincretismo cultural, hijo de la conquista española.

Dos cosas me llaman la atención de su trabajo: el detalle, muy bien realizado. Por ejemplo, en la cabeza de jaguar se aprecia al Señor Pacal de Palenque, o en el tocado de plumas de quetzal de Tecún Umán es visible una cruz cristiana; y el tamaño. Ambas, combinadas, muestran a un artista quien ya sabe cuál será el derrotero a seguir. Amante de la luna, del manga y del anime, conciente de sus orígenes personales y de su raíces guatemaltecas (descenciende del expresidente Manuel Lisandro Barillas) su obra presenta un sesgo prístino, difícil de calificar. Por ejemplo, no conocía, cuando lo entrevisté, a un H.R. Giger, menos aún al legado de Arcimboldo. Si por asomo, como me sucedió, quieren encontrar antecedentes en ellos, se equivocarán. A Carlos su obra le brota de manera espontánea y así hay que apreciarla, gozarla en su volumetría muy bien calculada, en su hiperrealismo cargado de un detalle casi barroco y en su profundo respeto y amor por las culturas mesoamericanas y el medioambiente, porque la ecología es otra de sus pasiones.
Raíces y Mallas estará en exhibición en el Museo Miraflores hasta fines de septiembre (María Li, gracias por el tip).
Imágenes, 2007.