Thursday, September 29, 2005

Cristo en escorpión

inmensos campos rojos
espacios ocre de arenas antiguas
paisajes de ruinas mudas:
dicen historias horribles
capítulos olvidados
donde los personajes son
la muerte y la asolación

en medio de ese horror
y de esa soledad
tras fatigar un sendero
espinoso, doloroso, casi mortal
al final del camino
un remanso

no más piedras filosas
ni barrancas insondables
tampoco lagos venenosos
ni vientos huracanados

solo un piélago
sobre una mar de arenas blancas
bajo un cielo azul rojizo
que calcina hasta los huesos

pero la búsqueda sigue
hasta encontrar
vestigios de otro tiempo
piedras que fueron monumento
resabios de un dios antiguo

sobre la arena
se yergue sobre la cola
con las tenazas extendidas
y con las manos abiertas
en actitud desafiante y dolorosa

entonces comprendo
la deidad estuvo allí
para ser redescubierta
mas alla del tiempo
a pesar de la destrucción
a pesar del holocausto
de una civilización de idiotas
de crueles guerreros
ávidos de beber su propia sangre

Aquella figura
inmensa, ardiente y muda
me hizo entender
con su figura en cruz:
la escencia del dios
vive en la piedra
en la luz
en Cristo
y en el escorpión
que ora eternamente
en una lengua arcana
por aquellos idiotas
que dieron la vida por Él.

Texto publicado en La Ermita, revista cultural, Año 8, Número 30, abril-junio de 2003, págs. 9-12 (revistalaermita@yahoo.com).
Foto: Centruroides sp según la luz infrarroja, 2003.

Wednesday, September 21, 2005

“Phlegon de Mirabilibus”, Melissa II

Ángel se levantó desnudo y erecto, abrió la ventana para atender a un hombre desarrapado quien, con un rápido ademán, le entregó una bolsa con algo pesado dentro. Sin saludo ni despedida lo vio seguir su camino. Curioso la abrió. Quiso contenerse pero el estremecimiento lo hizo gritar. Dentro estaba la cabeza decapitada del Cristo del Templo de los Mercedarios. Tenía el cráneo abierto. Algunas partes del cerebro latían al azar irradiando destellos blanquecinos con un intolerable olor a incienso y mirra. Una corona de espinas naturales, clavada en la frente sangrante, brillaba con luces doradas y plateadas. Más abajo, los inmensos ojos de la imagen parecían verlo suplicantes, con magnetismo e infinita tristeza. Ángel quiso evadirlos pero no pudo. Estuvo hipnotizado por ellos hasta que una micción incontrolable lo devolvió a la vigilia.

Con escaso vigor logró sentarse en la cama recién humedecida, mientras jadeaba por la pesadilla que atribuyó a un aftereffect de la orgía, el licor y las drogas de la noche anterior. Recuerdos de rostros y gemidos, interrumpidos por dolor y tremor fino eran los diarios legados de su vida nocturna. Aunque no lo recordaba, hoy cumplía una década desde que Melissa lo había iniciado en esa rutina desenfrenada, limitada sólo por la resistencia de un cuerpo que empezaba a dar señales de serio agotamiento.

Eran las cuatro de la tarde, su hora habitual para levantarse. Aderezaba su cabello con una cadena de oro, frente al espejo de cuerpo entero del baño, cuando sonó el timbre. Irritado por la insistencia lanzó la cadena. Recorrió con lentitud casi cincuenta metros para llegar hasta la puerta de su casa, un viejo monumento del Centro Histórico lleno de recuerdos familiares, nostalgias y secretos plenos de vergüenza.

Primero acercó el ojo a la mirilla. Abrió. Apareció ante él un hombre demacrado, un ser macilento, repugnante y hediondo, próximas delicias de zopes sin buen gusto. Ángel retrocedió sin dejar de verlo, temeroso de tocarlo pero compungido al encontrarlo hundido en semejante fango. También sintió cólera y desprecio porque aquél hombre se aferraba a una vida indigna a pesar de saber cómo terminar con ella. “En fin”, pensó, “esto le pasa a los magos chapuceros que andan orinando tumbas”.

“¿Hablaste con Melissa?”, le preguntó la entidad, “ya no puedo más, necesito volver a verla”. “No creo que le interese. Además no puede ayudarte, el proceso quedó a medias. Tal vez tu único alivio sea cruzar el último umbral, tal vez a la gloria, tal vez al abismo. Con gusto te ayudaré”, le dijo Ángel alejándose aún más.

Con disimulo llevó a su visita hasta un salón reservado para entrenar artes marciales. De una gaveta sacó una réplica de un gladius hispaniensis y se la entregó. “Con destreza la muerte no duele. Te recomiendo hacerlo en el templo de La Merced (cuando mencionó el nombre sintió el estremecimiento de nuevo). Escondéte allí y atravesáte el corazón a las tres de la mañana de un sábado”.

“¿De dónde sacaste ese día y la hora?”. “Del Phlegon de Mirabilibus”, respondió Ángel con aire solemne. “¿Ese es un libro o un grimorio?”, inquirió la piltrafa. “Lo cita Sheridan LeFanu”, le afirmó, consciente de su mentira blanca. “Ahora, largáte de aquí, no volvás jamás. Otra cosa, Melissa no te verá de nuevo”.

Con el visitante también se fue el mal olor. Si no fuera por la hediondera Ángel bien podría haber pensado que vivió una extensión de la pesadilla. Volvió al baño, recogió la cadena y se sintió satisfecho por haber ayudado con un consejo. “Soy todo un mecenas, le di una espada cara traída de España”, se dijo, ufano por su buena obra del día, y empezó a pensar qué haría para celebrar. Era la tarde de un viernes.

El andrajoso pero aún pedante individuo decidió aceptar su destino. Con paso lento entró a la iglesia para buscar dónde podría pasar inadvertido hasta la madrugada del sábado. Pero nomás se acomodó en una banca volvieron el tinitus y sus horribles secuelas, se tapó las orejas con las manos y para su fortuna durmió.

Cuando abrió los ojos vio la cara de un indigente que gesticulaba sin cesar. Era tarde y el hombre le aconsejaba no pasar la noche dentro, “cuentan que espantan, que espantan horrible en la madrugada cuando nadie acudirá en tu ayuda aunque grités. Varios, por el miedo, han amanecido muertos, desangrados”. El tipo se fue porque alguien apagaba las luces. “Las sombras evitan que otros me vean y me desprecien. Pero hoy, hoy es el fin. Al fin viene la noche con su paz eterna”.

Acostado sobre el suelo entre una banca y otra logró esconderse. Cuando el sacristán cerró tras sí una puerta interior un silencio
obsceno se apoderó del templo. Apenas eran las ocho de la noche. “Comeré la última ración”, se dijo. Tomó un último resto crudo de corazón de vaca y lo saboreó como si fuera la mejor vianda del mundo. Decidió permanecer sentado pero volvió a perder el sentido.

El reloj del altar sonó las dos. Un siseo sordo, bajo, despertó al pobre hombre. Percibió a la oscuridad sobrecogedora y por primera vez en meses sintió miedo. Sabía que algo reptaba cerca y que lo rodeaba para cazarlo. No tardó en sentirse paralizado, mudo y frío. “La muerte se acerca, me ahorra el trabajo”, pensó. Cuando calló el siseo Melissa apareció frente a él, con su luz verde, su hedor y su desprecio. Sintió cuando le quitaba el gladius para blandirlo, elevarlo y dejarlo caer. Antes de que el filo se hundiera en sus carnes quiso gritar, pedir clemencia y llorar, pero habría sido inútil porque de un tajo aquel despiadado alcaudón* le cercenó un brazo y después el otro.

El dolor lo hizo volver a la realidad. Entonces comprendió: quien reptaba era él, para huir, seguido por los pasos silenciosos de su impávido verdugo. Un relámpago le permitió ver que se arrastraba hacia el Sagrario. Viejos textos, jeroglíficos, fragmentos cuneiformes, runas y hasta ideogramas chinos y japoneses danzaban frenéticos en su mente. Pero cuando intentaba fijarse en alguno para iniciar un rito de protección se le convertían en grotescas caricaturas de rostros deformes, burlones e insultativos, espetando chistes de doble sentido.

Cuando alcanzó al comulgatorio, empujándose con las rodillas y las puntas de los zapatos, logró hincarse para suplicar. Mientras Melissa levantaba el arma para ablarle con sumo placer una de las piernas recordó al Necronomicón. Allí había leído que cuando se desatan las peores potencias, las que ningún conjuro puede contener, el único recurso es defenderse con una oración cristiana (no se atrevió a nombrarla). Extenuado agotó sus últimas energías para empezar a musitar, “Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum...”, pero no llegó al final del rezo porque se desvaneció. Ya no escuchó cuando Melissa, con voz dulce pero despectiva, le dijo, “que te valga tu latín”.

A las cuatro y media de la madrugada un sacristán, blanco como fantasma, despertó al cura. “¿Qué te asusta tanto, no crees que ya lo hemos visto todo?”, le preguntó el docto teólogo jesuita, sin voltear a verlo. “Padre, padre, otro indigente troceado apareció en la iglesia, pero no le cortaron la cabeza, está vivo y no para de murmurar, tal vez porque ya se va a morir”.
*El Alcaudón (Lanius sp), es un ave de vistoso aspecto, de pico ganchudo y comportamiento similar al de un halcón, común en España y en extinción en Gran Bretaña. Para algunos naturalistas es como una rapaz dentro del grupo de los paseriformes. Es de hábitos predatorios y suele cazar a otros pájaros, como jilgueros; o a pequeños roedores, como al ratón de campo. Una costumbre típica del alcaudón es insertar a sus victimas en espinas a modo de pequeñas despensas a las cuales acudirá en caso de necesidad (texto tomado de, Alcaudón, publicado en la Wikipedia).

Foto: Lanius senator, L 1758, tomada del sitio web,
Alcaudón Común.

Links relacionados: Vae Victis, Melissa I; Liminis Abyssi, Melissa III; Non Omnis Moriar, Melissa Epílogo; Secta, Melissa 0.

Sunday, September 11, 2005

Tarde bajo el puente

A veces pienso en ti
A veces te recuerdo
A veces siento cerca tu aroma
A veces tu calor
A veces tu sentimiento

La tarde languidece
A los lados del puente se encienden las luces
La tarde está quieta
No escucho ruido
No hay movimiento
Pero mi ser se agita
Pide, necesita

Te llamo
Te quiero ver
Te quiero sentir
Pero no te encuentro

Y deambulo por el puente
Veo a la vacía cúpula del cielo
Veo al gris plano del piso
Clamo a los árboles
A la grama y a las flores
Pero solo lejanos grillos me contestan

Mas allá, el silencio
Y mas acá, sólo yo y la soledad

A veces pienso en ti
A veces te recuerdo

Pero cada vez menos

Avenida Castellana, 31/12/2002.
Imagen, portada de Wonder Woman # 72, por Brian Bolland.

Wednesday, September 07, 2005

La Directora de Torneos más sexy del mundo...

Ni tengo idea, ni me importa encontrar la causa. De vez en cuando sufro de un extraño síndrome cuyo tema central es un déjà vu, o promnesia, que viene siempre después de las 7 de la noche. No entiendo qué lo desata pero su nota principal me hace sentir nostalgia por la década de los 90. Vuelven Nirvana con Smells like teen spirit; la Alicia Silverstone de los videos de Aerosmith; el Black Hole Sun de Soundgarden; el uniformito de Britney, el coleccionismo de tarjetas de arte fantástico; Testament, una retrospectiva sobre Frazetta; mi amiga, El Monstruo, sentada en el Café Oro con su morralito adosado al lado de la silla; la música de Sapiens; Cucas, de Astaroth; Jorge y yo, en la casa de Danilo Fuentes, en un interminable triálogo sobre la música; mi sobrinita Andrea y su llanto nocturno, destructor de mi dogma pascualiano; mi Ex en su mejor momento; CEAR, Informaciones y el fantasma de Crónica; Anibal y su porción completa de comida china; Super Weider II; Doom merodeando por Compulandia; Jorge, “el Club” y Júpiter, en Próceres; ¿Y dónde jugarán las niñas? y Nookie; los Brujos de la Costa (Wizards of the Coast) y Magic the Gathering; Savannah y Brittany O’Connell; marcar cero para llamar a un celular; Age of Apocalypse, Marvel 95, Duke Nukem, Lara Croft, SimCity, Dragon Ball y Mortal Kombat; Intel i486 DX4 de 100 Mhz; Windows 95; Mario Soto explotado en Macdonalds; Indira y Fausto; la Pelona y sus negocios y, entre otro millardo de recuerdos más (como el de un vino italiano que me noqueó en la casa de mi amigo Alejandro y a éste inquiriendo por qué me gustaba Green Day); el deseo insatisfecho por encontrar la música que Scott Vladimir Licina le compuso a ciertos cómics de Lady Death. Cuando buscaba con ahínco ese CD, surfeando los pocos intestinos del ciberespacio en donde podría quedar algún remanente de información sobre él, antes de su eventual expulsión por algún recto virtual, una espiral voraginosa me llevó hasta sitios como el del Gothic Chess y a su increíble Directora de Torneos, la barbiesca Alexis Skye. Alentador encuentro: ¿desde cuándo, que yo sepa, una mujer como ella es directora en un juego asociado con rostros adustos, de gente aburrida, alejada del mundanal rüido? Claro que se trata de una excelente estrategia de mercadeo: Basta con leer que mide 1.94 metros, sin tacones, pero que le encanta ponérselos, y que le resulta difícil acomodar sus piernas, de un metro de largo, debajo de las mesas cuando se sienta a jugar. Pero eso también es alentador porque, ¿desde cuándo vale la pena vender un juego ciencia? A veces parece que algún gene noble se activa en la especie. Mientras, como en el Tercer Milenio ya no es fashion compulsar los catálogos impresos, seguiré mi tal vez inútil búsqueda virtual por aquellas piezas de Licina, sin las cuales quedaría incompleta mi colección de recuerdos de esa ficticia Señora de la Muerte.

Para alargar más esta nota me escudo en una cita que
Borges atribuyó a Swedenborg, “me disculparás esta añadidura, justificada por la necesidad de llenar la hoja...”. Ya el gran campeón cubano José Raúl Capablanca había sugerido una variación del Ajedrez para evitar que las partidas terminen con frecuencia en empate: un tablero de 10 por 8 escaques, 80 en total (en vez del tradicional de 8 por 8, 64 máximos). Si tal propuesta suena herética a los puristas, vale la pena recordarles que el juego, como lo conocemos ahora, es el resultado de cambios sufridos a lo largo de siglos y que sus variaciones, que son legión, tienen su propia y venerable trayectoria. Recuerdo que a finales de los 60, mi amigo Rodrigo y yo nos preguntábamos cuáles serían las reglas de un ajedrez tridimensional anunciado en el catálogo de la Edmund Scientific Corporation. Por supuesto la idea de Capablanca nunca alcanzó al mainstream manejado por la Fédération Internationale des Échecs, o FIDE, pero se quedó en alguna bodega cultural de donde la rescataron los creadores del Gothic Chess quienes lo impulsan con el entusiasmo de un Bill Gates, después de modificarlo con dos piezas extra, una llamada canciller, combinación de caballo y torre, y la otra, el arzobispo, mezcla de caballo y alfil.

A Lilian Tejada, porque, iluminada por el alba de la década de los 80, quiso patentar un tablero esférico.
Foto: Alexis Skye, del sitio web de la Gothic Chess Federation.