Thursday, January 21, 2010

Década

Languidece ya la primera década del siglo XXI y no ha traído, ni traerá todavía, la prometida nueva era de paz, prosperidad e igualdad para todos. Las naciones están más divididas, explotadas y arrasadas que nunca. Una nota publicada por la revista Time asegura que hoy hay más esclavos que nunca en la historia, y entre ellos se cuentan los explotados sexualmente, una gran mayoría niños o menores de edad. El terremoto en Haití y sus consecuencias muestran a una nación que, de haberse cumplido aquellos pronósticos optimistas, nunca debería haber sufrido tanto, a causa del seísmo y por la destrucción cultural a la que se le ha sometido durante su historia. Haití somos todos los países del Tercer Mundo, es el espejo, el más terrible sí, nuestro fiel reflejo.

China, ante los ojos pasivos del mundo, arrasa al Tibet sin ningún miramiento; Japón caza ballenas mientras voltea la mirada en dirección contraria a las protestas de ecologistas; el Vaticano condena cualquier método de control natal, que no sea el inútil que propugna. El calentamiento global es rampante, pero grandes empresas todavía usan testaferros disfrazados de científicos para negarlo y poder seguir explotando al planeta en busca de ese 0.5 por ciento de crecimiento anual: millones para sus inversionistas, a quienes el futuro inmediato, y no digamos el más lejano, les importa poco.

Estados Unidos tomó Iraq basado en informaciones falsas, destruyó su infraestructura cultural y dejará, cuando se vaya, a un país dilapidado listo para seguir siendo explotado sin misericordia, con la participación pasiva y complaciente de las potencias europeas, comprometidas hasta las cachas económicas y tecnológicas con los gringos, ¿y qué?

Una de las industrias más rentables estos primeros 10 años ha sido la que produce drogas, o sustancias controladas, para hacerle el juego a la DEA. Otra, tal vez más rentable aún, es la producción de armas de fuego. La contaminación es rampante en todas partes. Por todos lados se ve levantarse a nación contra nación y a señor contra señor. La mujer está lejos todavía de ser considerada par del hombre en la mayoría de culturas, incluso en las cuales se aprecie de serlo. Y tal vez lo más terrible sea que estamos lejos de compartir todos el mismo legado cultural, que debiera ser universal. Es imperativo pagar, y caro, para acceder a la mejor educación. Este patrón se repite una y otra vez: ¿quiere los frenos más efectivos, los recién salidos de horno tecnológico? Pague. ¡Ah! ¿Necesita ese medicamento novísimo que cura, en un santiamén, la enfermedad padecida durante décadas? Paguélo a precio de oro o siga sufriendo y muera. Por cierto, este esquemita es más válido para el Tercer Mundo que para cualquier otra parte.

Así podría seguir ad nauseam. Tenemos ante nosotros un mundo asombroso, capaz de crear estufas digitales que cocinarán los alimentos al estilo de Star Trek, de fabricar ya nanorobóts que llevarán la cura sólo a las células enfermas, pero que sólo posee reservas de ciertas tierras raras para unos ocho años más. El costo de progresar como lo hemos hecho ha sido muy alto, desigual e ineficiente. No es raro, pues, que muchos deseen ver el final de este esquema. Sólo que aún hoy, en el tal siglo XXI, no hemos sido capaces de cambiar mucho desde los tiempos de la antgua Roma. Roma cayó, Occidente también caerá y después ¿qué? ¿Otra era de oscuridad? Ojala me equivoque, pero a veces pienso que ya estamos en el Apocalipsis.
A María Isabel.
Imágen: Retrofuture Drawings from the 50s.

Wednesday, January 20, 2010

Levántate Haití, con un borrón y cuenta nueva


Supe de Haití desde que tengo memoria. Recuerdo a un embajador de ese país cuando visitó mi casa, porque mi madre iba a ofrecer un recital con sus poemas, traducidos del francés, en su programa Oro Lírico en el Atardecer. No recuerdo la fecha. Ese país era entonces el reino de Papa Doc y sus Tonton Macouts. Aprendí a amarlo cuando leí The Serpent and the Rainbow (La serpiente y el arcoiris) del antropólogo canadiense Wade Davies. La consecuente película, que me gustó, presentaba a un reino mágico en donde el voodoo, la santería el cristianismo y otros ísmos convivían en aparente paz. Más aún, ahí había zombís, un misterio que Davies, creo, logró resolver.

No se si fue en la década de los años 70 o los 80 cuando vi, si en una Hustler o en una Penthouse, a una modelo que se paseaba desnuda o semidesnuda por las calles de una ciudad haitiana, Port-Au-Prince, me imagino. La propuesta me repugnó entonces, tal vez porque me pareció un descarado extremo de exhibicionismo lúdico ante quienes, obviamente, padecían una pobreza terrible. Y en aquel tiempo no tocaban los fondos a los que descienden hoy. La razón es clara, como la explica Robert Maguire, director del Programa Haiti, de la Trinity University de Washington, D.C., en una entrevista concedida a la revista Time:

"There's a potential silver lining in a deep, dark cloud. Investment in the development of rural Haitian economies has been lacking for the past three decades. This has spurred a tremendous, off-the-land migration to Port-au-Prince. An average of about 75,000 people per year have been arriving in Port-au-Prince from the countryside for 30 years. That's why the city has grown from 750,000 people in 1982 to more than 2 million today. You can't change tectonic plates, but you can change the dynamic that has people seeking a sliver of opportunity in a city that can't offer it to them. They stack up against each other, and you see the results".

Es decir: tres décadas de abandono del desarrollo rural (gracias a Papa Doc, a su hijo Baby Doc y a la indiferencia y explotación de Occidente) provocaron una afluencia masiva a la capital: de 750,000 habitantes que vivían allí en 1982, hoy se calculan en dos millones (por cierto, nos deberíamos ver en ese espejo).

El terremoto que se ha cebado sobre Haití me ha dejado devastado en más de un sentido, como lo ha hecho con otros como yo. Ante un fenómeno natural (otro espejo en el que debemos vernos), ante un Act of God como dicen los gringos, no cabe más que la esperanza. Sin embargo espero, y oro por eso, para que el horror despierte al espíritu haitiano y lo lleve a reconstruirse, como decimos en regular chapín, con un borrón y cuenta nueva.

La ayuda fluye al Haití, en especial la gringa que, a pesar de los ladridos franceses (país que tiene harta deuda histórica con ese país) y los chillidos de un Chávez o de un Ortega, está siendo efectiva: es tan importante que Cuba abrió su espacio aéreo para que los aviones yankis arribaran más rapido. La verdad es que este es considerado el país más pobre del hemisferio occidental (sólo nos supera a nosotros en muchos indicadores, otro espejo más). Su derrotero hacia una mejor vida es largo y estará lleno de abrojos y a veces pienso que sin soportes externos no le será posible salir adelante. Pero le queda la esperanza, la misma que debemos tener nosotros, los chapines.

Friday, January 15, 2010

El desencanto humorístico de Renato Bianchi


Typear, escribir, es a veces donar algo de sí. Se podría incluso aventurar que en la obra de todo escritor se entretejen sus temores, alegrías, amores, anhelos: los substratos de su vida. Ergo, toda obra es o refleja una autobiografía. Renato Bianchi, en este libro de dos caras evocativas de los lados de un disco de vinilo nos espeta, en los sentidos 2 y 4 de la definición de esta palabra según el venerable Diccionario de la Royal Academy del español, una cosmovisión que es un mosaico compuesto por desgano, terror a la soledad, temeridad contestataria, timidez, reflexión tenebrosa, erotomanía y una gozosa crítica de raigambre escatológica. Y para dorar la píldora, nos las entrega recubiertas de un acre, doliente y magnífico humor. Pero no es el humor del payaso, no señores, es el humor que surge del desencanto, de saberse distinto, de saberse siempre el otro, el que aprecia la big picture porque siempre está ubicado en un panóptico desde donde ve lo que quienes están abajo no pueden. Pero que se sabe siempre solo.

Esta doble propuesta literaria, Escribiendo con Tourette, me hizo reír como lo hicieron hace décadas las correspondientes de Chicuco Palomo y Roque Dalton, pero con una gran diferencia. En esta obra hay un subrayado oscuro, un reclamo existencial y hasta un aullido que no tienen nada de humorístico. Si vieron el video de Tainted Love, de Marilyn Manson, dirigido por Phillip G. Atwell, podrían concordar conmigo. Un grupo de adolescentes cuadrados disfrutan de una fiesta cuadrada, hasta que llega un grupo de goths, liderados por Manson, a darle vida al ambiente. Muchos vivimos como en esa fiesta, creyendo que todo es color de rosa, hasta que se hace oír una voz como la de Renato, con su humor como el de Malebolgia en los cómics de Spawn, para decirnos que no, que no sólo se trata de reírse a lo idiota, sino de hacerlo para algo, como lo hace él: para recordarnos que en la vida hay más que vanidad de vanidades, sexo sin sentido, amor al dinero o apego al desenfreno, pero que desenfreno, apego y vanidad corren por nuestras venas aún más que la misma sangre. Para ello, su narrativa es desenfrenada, verbosa a veces, pero siempre concisa, tanto, como para que uno de sus extremos sea tan agudo como para ser punzante y doloroso (si sabemos leer entre líneas). Sin embargo, para quienes no quieran profundizar en nada, para quienes no sepan cómo buscarle tres pies al gato o no entiendan por qué el gallo canta claro, la obra se deja leer para hacer reír hasta que duelan las mandíbulas.