Tuesday, March 29, 2011

Call of Duty: Black Ops

Imagen: play-mag
El llamado del deber es una oración que resume el espíritu de entrega de los guerreros de todos los tiempos. Hoy también es el nombre de un juego de video, cuya séptima entrega, Black Ops (Operaciones Negras), ha desatado cierta polémica. Y no sin razón, puesto que a pesar de tratarse de una propuesta de ficción, reescribe la historia en función de la percepción popular que se tiene de ella y, en cierta forma, de cómo se hubiese querido que se desarrollara tomando en cuenta un solo punto de vista.

El juego ha sido un éxito rotundo. Según reportó el medio londinense The Indpendent, tan solo 24 horas después de su lanzamiento el 9 de noviembre de 2010, ya se habían vendido un estimado de siete millones de copias (5.6 millones en Estados Unidos y 1.4 millones en el Reino Unido). Para el 21 de diciembre del año pasado la productora Activison anunciaba oficialmente que Call of Duty: Black Ops había superado el millardo de dólares en ventas globales.

Tales cifras no son de extrañar en el mundo del entretenimiento, pero en este caso reflejan el gusto del mercado por juegos que se basen en la realidad, que le permitan al jugador sentirse parte de un hecho histórico o de una secuencia de ella. En Black Ops corren los inicios de la década de los años 60 del siglo pasado. John Kennedy es presidente de Estados Unidos y Robert McNamara es el octavo secretario de la Defensa. Fidel Castro dirige a la revolución cubana y por supuesto es blanco de una compleja operación para asesinarlo. Todos estos son hechos históricos. Según el sitio web Cubadebate, Castro fue víctima de por los menos 600 intentos de asesinato durante su tenencia del poder en la isla.

Para darle un toque de realismo a la ficción, Treyarch, la empresa que desarrolló el juego, contrató al mayor John Plaster, quien combatió en Vietnam y está considerado uno de los máximos expertos en francotiradores del mundo, para establecer al bando occidental en el juego. Mientras, el exagente soviético Sonny Puzikas configuró la forma en que elementos de la Voyska spetsialnogo naznacheniya (Unidad de fuerzas especiales) soviética actuarían en combate. Algunos aspectos de uno de los personajes del juego se modelaron basándose en este agente soviético, desde su forma de establecer estrategias a las expresiones de su rostro.

La narrativa del juego empieza el 25 de febrero de 1968 cuando un agente encubierto de un grupo de estudio y observación, Alex Manson, está siendo brutalmente interrogado. El jugador se entera de las misiones que debe superar por medio de flashbacks de Manson de hechos que recuerda y que sucedieron entre 1961 y 1968. Por ejemplo, que en 1961 él y otro dos operativos intentaron asesinar a Fidel Castro durante la malograda invasión a Bahía de Cochinos. Manson creyó haberlo hecho, pero en realidad su blanco era un doble y el verdadero Castro lo captura. Por un pacto secreto cubano-soviético, es entregado al general Nikita Dragovich y es enviado al infame gulag de Vorkuta. Este gulag existió y estuvo situado a unos 160 kilómetros del Círculo Polar Ártico. De hecho, se sabe que varios estadounidenses estuvieron detenidos ilegalmente allí durante la Guerra Fría.

Pero volviendo a la narrativa ficticia de Black Ops, durante su estadía de dos años en Vorkuta, Mason se hace amigo de un soldado del Ejército Rojo, Víctor Réznov. Este le revela los nombres de sus torturadores. Entre ellos estaba un científico exnazi, Friederich Steiner, creador del Nova-6, gas que ataca al sistema nervioso. El compuesto se había destruido, sin embargo, entre Steiner y un británico lo reconstruyen para la Unión Soviética. La narrativa tiene algo de las novelas de Sven Hassel, algo de la estructura de un Ian Fleming y mucho de la fantasía de Hollywood, derivada de hechos reales. Por ejemplo, en un momento dado Kennedy ordena la ejecución del general Dragovich; fuerzas estadounidenses intentan detener el programa espacial soviético en Baikonur o de eliminar al programa Ascensión, que le ofrece santuario a exnazis en la Unión Soviética a cambio de conocimiento.

Como se ve, la trama es internacional: Cuba, Estados Unidos, Laos, Vietnam o la Unión Soviética, entre otros, son los escenarios de una acción de extrema violencia, armas de alto calibre o de poder letal. Claro que la historia no transcurrió así ni jamás hubo encuentros personales entre Kennedy y Fidel como sugiere con humor el final del juego. Pero en la cultura popular todo esto no importa. Aunque la historia real sea más fascinante, el público tiende a preferir este tipo de escapes, porque le aseguran que su cosmovisión es correcta y que los buenos son los buenos y los malos son los malos, haya pasado lo que haya pasado en realidad.

Para los puristas tales transgresiones e inexactitudes son inadmisibles. Además, otros interpretan que detrás de un juego como este podría haber segundas intenciones. Cubadebate, en un artículo titulado Nueva operación contra Cuba: EEUU lanza videojuego cuyo objetivo es asesinar a Fidel, lo expresó así: “Lo que no logró el gobierno de los Estados Unidos en más de 50 años, ahora pretende alcanzarlo por vía virtual. El videojuego Call of Duty: Black Ops, lanzado este martes en todo el mundo, transporta al jugador al ambiente de la Guerra Fría y planifica operaciones especiales, la primera de ellas asesinar al líder de la Revolución cubana Fidel Castro”.

¿Será que la Guerra Fría quedó atrás? Tal vez sí, pero sus secuelas siguen siendo pan nuestro el día de hoy. Occidente ha creado sus mitos sobre ella. Los restos de lo que fuera la Unión Soviética y sus satélites también han hecho lo propio. En medio, el gran público se nutre de ellos, pero nunca de la verdad.

Publicado en Plaza Pública, de la Universidad Rafael Landívar, el 14/03/2011.

Tuesday, March 22, 2011

Experiencia en Platinum

Imagen: American Etnography Quasiweekly.
L me dice una noche: "Acompañáme a Platinum, quiero ir a verla". En verdad, mi cuate estaba por empezar un romance con una de las chicas del lugar(ejo). Cuando la vi me pareció interesante. Ni alta ni baja, ni blanca ni morena, ni exótica o exhuberante, tampoco fea, pero bailaba muy bien a pesar de los evidentes aunque iniciales estragos de la anorexia. Para no hacer tierra me fui a otra mesa, mientras mi cuate cortejaba. No tardó en acercarse una mujer alta, delgada, de pechos muy pequeños, pelo colocho muy teñido y piernas largas. "¡Hola! Te puedo acompañar". "Cómo decirte que no, ¿querés un chela?". "Fijate que prefiero no beber ahorita, pero platiquemos".

No tardó mucho en pedir un trago, un whisky en las rocas. Entablamos conversación. Me contó que venía de El Salvador, que tenía un hijo al cuidado de su mamá, que la vida es dura, que cuesta salir adelante, que para nada se trataba de quedarse ahí. Lo normal, nada fuera de lo común para ese tipo de circunstancias. Rondaba los 30 años, ya le preocupaba la competencia de las más jóvenes. Luego, nos sentamos los cuatro alrededor de una misma mesa. Se habló de poesía, de cine, de dinero.

Nos contó que el peor tipo de cliente es que les exige beber hasta la inconciencia, o de lo contrario no paga la media hora para estar con ellas. "No me gusta tomar pero con ellos no queda alternativa: piden, te sirven y te dosifican, para estar seguros de que uno está tomando licor de verdad (y no el bebedizo de dudosa reputación que les prepara el bartender)".

Un mesero, mal encarado, le avisó que debía pasar a bailar. Todas allí vestían botas altas, hasta la rodilla, de un tacón 16 por lo menos. Se quitaban todo, menos el calzado. Como es típico me lanzó el calzón a la cara y se lo agradecí, mientras recordaba que mi gran amiga F siempre estaba fantaseando con volverse prostituta, soñando con bailar en el tubo ("llévenme a un putero", decía, "quiero ver cómo es el ambiente").

No recuerdo cuál canción la acompañaba, pero era una especie electrónica imposible de identificar (a media semana no había Dj). Volvió y seguimos con la plática, cada vez más íntima (no sin antes pedirme la tanga de vuelta. "Es muy cara", me explicó). Me hizo una lap dance, la primera de mi vida. La verdad, me sentí un poco incómodo. Tenerla sentada, desnuda, dirigiendo mis manos sobre su cuerpo, delante de todos, me avergonzó. L y su chica se reían de mi. Notaron mi falta de experiencia.

Estaba molesta por mi desinterés, porque no quise ocuparme con ella. Tal vez por eso, en tono desafiante afirmó que los chapines somos unos arrastrados. ¿De veras? le pegunté, levantando la mirada. "Sí, lo primero que hacen siempre es bajarse a lamer entre las piernas, no se exigen mucho". "¿Y tú, no la mamás pues?" "¡Ah, pero eso es diferente! El salvadoreño, en cambio, tal vez porque es tan machista jamás haría eso, pero sí exige que una lo acaricie con la boca, lo cual me parece correcto". Mejor hice como Till Lindemann en el video de Keine Lust: miré para otro lado y me hice el loco.

La mujer alta de pelo teñido volvió a embutirse en el bikini. Me vio a los ojos, mientras los de ella se humedecían ligeramente. "Sabés -me dijo-, yo sé que estoy salada por lo que estoy haciendo, soy cristiana y me avergüenzo por esto, pero lo hago por mi hijo". Callé, no supe qué decirle, no encontré una cita bíblica que apoyara algún argumento, pero le apunté que en ese tipo de profesión, si existe el menor reparo de conciencia, lo mejor sería buscar otra. "Siento haberte conocido aquí, disculpame si te dejo, pero ya no puedo estar más tiempo sola contigo".

Luego, regresó el mesero cobrando el doble del monto verdadero. O pagábamos o nos dejarían encerrados allí y como alguien le había advertido al lugar contra una posible redada policial, habían trasladado a las menores de edad a otra casa. El ambiente estaba un tanto caldeado y por eso preferimos pagar e irnos a Cafesa, a comer y a pensar en las tareas del día siguiente.
Inspirado en un post de En la mitad de la vida.
Otra versión de esta historia está aquí.

Wednesday, March 09, 2011

Recuerdos del futuro

Imagen; Memory Alpha.
Los guionistas Gene Roddenberry (creador de Star Trek), Rick Berman, Michael, Piller, Jeri Taylor, Robin Bernheim y Brannon Braga proponen en un capítulo de la sexta temporada de Star Trek: Voyager, debutado en 2000, una solución a la resistencia que tenemos contra la memoria histórica (fenómeno común en las clases medias de muchas partes, pero endémico en la nuestra): el Monumento Nakan, erigido por los terakis en un planeta deshabitado del Cuadrante Delta.


En el año 2076, 82 civiles fueron masacrados por un comando militar en ese planeta ficticio. Para garantizar que el horror no sería olvidado, los terakis construyeron un transmisor sináptico y lo dejaron dentro de un monumento. Su señal implantaría falsas memorias en quienes la recibiesen para hacerlos sentir como si hubiesen vivido lo sucedido. El resultado: una segura vacuna psicológica contra este tipo de crímenes. Al final del episodio algunos de los afectados desean destruir al transmisor, pero su capitana prefiere que esté online para mantener viva la memoria de lo sucedido (aunque, muy al estilo gringo, dejando en órbita una advertencia acerca de sus efectos).


Al contrario, más acá en este planeta y en particular en Guatemala, encontramos a quienes nos dicen que lo mejor es no enterarse de nada de lo que sucede, porque es demasiado terrible. Y menos aun quieren saber sobre nuestra reciente historia de genocidio, despojo y guerra interna. Preferirían tomar la Pastilla Roja de Matrix para hundirse en una realidad virtual que les sirva de aislante contra nuestro lacerante día a día: violencia, delincuencia, impunidad, despilfarro de los bienes públicos y falsedades políticas.


Una grada más abajo encontramos a quienes niegan rotundamente los hechos, ya porque les conviene, ya por ignorancia o falta de suficiente información. Y abajo, en el fondo del pozo del olvido están los demonios que instigan los ministerios de la verdad, a quienes quisieran (y a veces intentan) reescribir la historia para sepultarla bajo un diluvio de suplantaciones cosméticas, desinformación, descrédito contra aquellos protagonistas que les desagraden o en guerra declarada, pero sorda, contra quienes luchan por sacar la verdad a flote.


Nosotros no contamos con un Monumento Nakan, por supuesto que no, pero sí con vastos archivos, documentos, registros que se convierten en bases de datos externas a nuestra memoria, en donde está consignada nuestra historia de manera menos volátil y tendenciosa. Son datos que si se analizan con objetividad nos pueden llevar a encontrar en el pasado un respiro para el futuro. Sonará trillado, pero “Historia Magistra Vitam”.


Estas disquisiciones surgen en torno a una muestra que estará hasta abril en el Centro de la Cooperación Española en La Antigua Guatemala: Esa Historia a la Vuelta de la Esquina. Es, en la superficie, una colectiva de fotografía que conjunta imágenes captadas por Moisés Castillo, Daniel Chauche, Luis González Palma, Daniel Hernández-Salazar, Carlos Sebastián y Jean-Marie Simon, más el aporte de documentos gráficos de Cirma y de otros fotógrafos más.


Pero, en el fondo, es una bofetada bien puesta a quienes todavía quieren hacernos creer que en Guatemala deberíamos olvidarnos de todo lo sucedido durante la guerra interna, de quienes ayudaron de forma directa o indirecta a que tuviera lugar y para quienes sueñan, y casi lo están logrando, con quedar impunes. Y para aquellos que no quieren saber nada de la realidad actual, es una advertencia, un Monumento Nakan rudo pero efectivo, de que la historia que se olvida nos condena sin piedad a repetirla.

Este fue mi primer aporte a Plaza Pública, de la Universidad Rafael Landívar, medio que les recomiendo leer.
Publicado en Plaza Pública el 01/03/2011.

Monday, March 07, 2011

The Rite


Mikael Håfström (1408, Evil) basado en un libro del periodista Matt Baglio, declara como necesario al exorcismo, según el rito católico, dadas ciertas condiciones socioculturales. Con un heterogéneo elenco: Sir Anthony Hopkins a la cabeza y en el papel titular, Colin O'Donoghue (el Duque Felipe de Baviera en The Tudors), Alice Braga (Predators, I am Legend) y las estrellas de tantas producciones de la serie B, Rutger Hauer y Franco Nero, nos abre una ventana desde la cual este rito cobra una dimensión real, avalada por viejas creencias teológicas mientras, siguiendo una diálectica que hubiese deleitado a cualquier jesuita del siglo XIX, no deja de enfatizar que existen otras explicaciones, como las que serían del gusto de los piscólogos clínicos.

Sin embargo y a pesar de que en la cinta no hay ni retorcimientos de cuello ni vómitos de sopa de arvejas (como declara Hopkins), gracias a recursos visuales efectivos, una muy buena dirección de fotografía (debida a Ben Davis) y a exquisitas locaciones filmadas en Roma, Lacio y Budapest, el efecto final es pertubardor. Sobre todo porque la posesión demoniaca se presenta como un hecho factible, terrible y que además no siempre resulta en el triunfo de los buenos (los cuales, de paso, dudan, se cuestionan y sufren a causa de su vocación de lucha contra el mal).

Si bien se cuenta también con ciertos gazapos, como saltos inexplicables en la continuidad; con recursos trillados como presentar a los reptiles y al burro como aliados de Satán (también a los gatos, pero en ese caso la intención es ambigua) o cierto abuso de una narrativa lenta o de flashbacks y alucinaciones, sí termina uno preguntándose si será posible que seres sobrenaturales y malignos se apoderen de la mente de personas comunes, inocentes.

No es un filme para quienes desean ver gore o que les escupan vómito a la cara. Ni para quienes necesiten una escena de terror tras otra para asustarse. Es para quienes pueden perturbarse con sólo considerar por un momento que el mal existe y que goza con dañar para desafiar a su propio creador.

Saturday, March 05, 2011

Marimbas del Infierno

Julio Hernández Cordón (Gasolina) bucea en la vida de tres personajes que son entre ficiticios y ellos mismos, en una propuesta que trota a caballo entre la documental realista y el discurrir psíquico de cada uno (y el suyo propio). Uno es Roberto González Arévalo -Blacko para más señas-: médico, maestro de las artes marciales, rockero irredento y líder de Guerreros del Metal, pero converso del satanismo a un cristianismo ecléctico, derivado en un culto personalizado con toques de neohebraísmo. Otro es el marimbista don Alfonso Tunche y el tercero es Chiquilín (Víctor Hugo Monterroso), un niño de la calle versado en el flex, el descaro y el robo, pero con sueños.

El Blacko es un médico incapaz de encontrar pacientes porque su aspecto de rockero los espanta. Y es un rockero que ya viene dando la tercera vuelta a todo, decepcionado, vilipendiado por los metaleros extremos por haberse convertido al cristianismo, pero mal visto por muchos cristianos porque fue rockero. En otras palabras, demasiado cristiano para el rock'n'roll y demasiado rockero para los cristianos. Don Alfonso en cambio es un músico tradicional, un marimbista perdido, porque perdió su marimba y está en busca de recuperar protagonismo y dónde tocar. Cual Hombre del Carrito (Muhomatsu no issho, filme de 1958) va por ahí con su instrumento a rastras (porque es víctima de extorsión). Mientras, el Chiquilín es una especie de Loki que sirve como mediador tanto entre los otros dos personajes como en la narrativa de la cinta.

El diseño de producción es impecable, creado sobre una estética feísta muy atractiva subrayada por lugares que se pasan por alto precisamente por comunes, como la Cafetería DiLido o la que se encuentra sobre la 11 Avenida entre 16 y 15 calles de la Zona 1; las habitaciones del Hotel Maya Excelsior o el Pasaje Savoy. La paleta de colores es deliberada, para marcar los momentos que acompaña y la fotografía, muy sui géneris, es magnífica. Luego, viene la música, también a caballo entre la tradicional de marimba de Guatemala y las intensidades violentas del metal, que funge como un telón sonoro de fondo a contrastes y reflexiones sobre nuestra cultura actual.

Marimbas del Infierno se puede ver como un tríptico, tres retratos cinematográficos de sus personajes entrelazados por sus tragedias, alegrías, expectativas, decepciones y batallas cotidianas. Es una declaración del director Julio Hernández Cordón sobre cómo quiere hacer cine de autor que deja un regusto delicioso, entre nostálgico, triste y entusiasta. Y demuestra también que es falso afirmar que la segunda obra de un creador nunca es buena.

Tuesday, March 01, 2011

Puro Mula

Joel Fonseca (Domingo Lemus) representa a una lamentable caricatura del chapín en esta divertidísima parodia que parece resumir en él a los peores defectos de un joven actual: haragán, borracho, incoherente, resintente a la adultez, pero biencayente al final. A semejante ejemplar, su hermana Maritza (Gretchen Barneond) le encomienda a su pequeño hijo (el niño Diego Girón, de genial actuación), sólo durante un día, mientras ella va a trabajar. Pero el tío, agobiado por una goma, se duerme y el sobrino se le escapa de la casa. La búsqueda, interrumpida por cualquier clase de distracciones por parte de Joel, pero sobre todo por su insaciable sed de guaro, da lugar a una serie de ridiculizaciones y afirmaciones estereotipadas sobre la cultura chapina. Por ejemplo, que son las mujeres quienes triunfan, que el árbol que crece torcido ya no se endereza o que si no se aprende en casa por las buenas, será a golpes en las calles. Las actuaciones de Brenda Lara Markus, Jairon Salguero, Daneri Gudiel y el resto del elenco son excelentes. Esta producción guatemalteca, de superbajo presupuesto (USD$ 10k) fue realizada por un equipo de cineastas, que se conoció en la Escuela Internacional de Cine y TV San Antonio de los Baños, Cuba. Dirigió Enrique Pérez, quien deja una ópera prima que hace reír, aún en la segunda vez, con una risa a veces inocente, a veces descarada, pero más, corrosiva y hasta acre, pero bien envuelta en miel y chocolate.

Orlando Falla Lacayo (1918-2010)

Foto: Pirateada de elPeriódico.
"Si lo que querés es estudiar latín deberías hablar con Orlando Falla, en la Universidad del Valle", me dijo Daisy de Prentice al entregarme una copia de la Arcana Coelestia, de Swedenborg. Los ocho volúmenes en 8vo. menor se veían tan imponentes como inescrutables. Así supe de este erudito y por eso lo conocí, para tomar clases con él. Me pareció curioso, siempre, que no se hubiesen hecho amigos con mi padre porque ambos profesaban el latín y el griego antiguo, ambos eran políglotas y amaban a la Historia, sobre todo a sus aspectos militares.

Lo que no sabía y me sorprendió cuando lo supe, es que don Orlando, versado como muy pocos en las profundiades de la Semántica y académico excelso de las letras fue, en otros tiempos, profesor de Matemáticas y más todavía, cuando supe que las había abandonado decepcionado de la Teoría de Conjuntos. En mi adolescencia vi los últimos rescoldos de aquella polémica. En las aulas de la Universidad Mariano Gálvez escuché a verdaderos potentados de la Ingeniería quienes, reglas de cálculo en mano, ladraban contra ella. Se burlaban, por ejemplo, del Conjunto Vacío: "¡Aja! o sea que algo sin nada es alguna cosa", espetaba alguno, para que otro le hiciese eco con un comentario similar a: "sólo a Eduardo Suger se le podría ocurrir que semejante absurdo podría tener alguna validez". Las carcajadas de quienes los escuchaban les servían como coro.

Las clases con don Orlando, en los jardines de la Del Valle eran un remanso en medio de la tormenta en la que nos hundíamos entonces. La Guerra Interna ya laceraba con fuerza a todo aquél que tuviese un bit de cerebro. En la Del Valle, donde estudiaba Antropología, el establishment académico quería ignorarla en aras de un mejor desempeño. Los de la San Carlos decían que los estudiantes de la Del Valle eramos serviles a los intereses de la CIA, mientras, los de la Marro nos consideraban rojos "porque no se comprometen con un claro ideal libertario", me comentó alguna vez un alumno de Economía de esa U.

Para don Orlando el latín debía enseñarse como cualquier lengua viva y para ello utilizaba un método basado en la Gramática Estructural. Infernal al principio, facilitaba la comprensión después, cuando los fundamentos, o las formas de la lengua, estaban ya firmemente establecidos. Las clases cesaron entre los dos pero surgió una mistad que se encontraba de vez en cuando, más que todo por medio de breves llamadas telefónicas.

Don Orlando se declaraba un alcohólico de libros, ahora diríamos un bookaholic. Pero, a diferencia de otras víctimas de semejante vicio, él devoraba sus libros, era imposible aplicarle aquella crítica de Borges: "como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sabía culpable de no conocerla hasta el fin". Cuando le presté un ejemplar de De Rerum Natura, de Lucrecio, lo leyó de inmediato y sin remilgios emprendió el estudio de una gramática sánscrita que obtuve por medios dudosos. La verdad, sólo vi la caligrafía de esa lengua y puse pies en polvorosa. Pero no don Orlando. La paciencia, el riguroso método y la disciplina que aprendió de los jesuitas le rindieron frutos toda la vida.

No podría parecer razonable, pero en alguna etapa de mi vida hombres como él fueron un role model para mi. Sólo diferíamos en un eje fundamental y era en el religioso. Nuestras teologías pertenecían a dos eras diferentes y pronto aprendimos a discutir sobre ese tema como líneas paralelas que se siguen siempre la una a la otra, pero sin llegar nunca a tocarse.

Estimado don Orlando Falla, en el reino de este mundo una mente como la suya es casi inasible, pero es fundamental para el progreso humano. Le agradezco el legado que dejó en mi, como mentor y como amigo, y espero que si más allá hay un diáfano existir incorpóreo, podamos porgresar nuestras charlas fuera de los límites del tiempo y el espacio.

The Black Swan

Natalie Portman, Barbara Hershey, Vincent Cassel, Mila Kunis y Winona Ryder protagonizan este thriller de horror que Darren Aronofsky desarrolla sobre un drama psicológico. Cada vez más maduro y certero, el director de Pi y The Wrestler muestra una vez más su gran capacidad para adentrarse en los peores vericuetos del alma humana, sin dejar a un lado los terrores que pueden surgir desde dentro de las relaciones sociales llamadas a ser las mejores. En este caso, la de madre e hija.

Muy tal vez al tenor del debate ochentero sobre la abusiva forma como ciertas madres clasemedieras gringas se apoderaban de por lo menos una de sus hijas (The Little White Donkey Incident, por ejemplo), pero llevando la relación a un extremo patológico, Aronofsky busca a un clásico de la psicología clínica: a la madre que quiere realizar sus sueños frustrados (Hershey) a través su hija (Portman), convertida así en un simple peón o instrumento de su voluntad. O, peor aun, en un brazo que mecanicamente debe obedecerla a distancia.

Los dialogos son geniales, las actuaciones de Portman (a quien le tomó 10 meses de entrenamiento antes de empezar a filmar) y de Hershey devoran a la película, así como es de valorar la de Cassel como un infatigable y grosero pero eficaz mentor de una de las artes escénicas más rudas y malagradecidas que existen: el ballet. Algo que Aronofsky expiota por medio de una vieja bailarina, vieja a los 30 años, representada con excelencia por Winona Ryder.

Sin misericordia, están advertidos, Aronofsky los llevará a un laberinto de alucinaciones, gore y desesperanza, acompañados por la bella música de El Lago de los Cisnes de Tchaikowsky. Es tan efectivo, que logra crear un ambiente opresivo y claustrofóbico aún en espacios abiertos. Pero el regusto final es magnífico y motiva a la meditación y al aprecio por la vida, por la diversidad y por el estudio de la razón de ser de la condición humana.