Tuesday, March 22, 2011

Experiencia en Platinum

Imagen: American Etnography Quasiweekly.
L me dice una noche: "Acompañáme a Platinum, quiero ir a verla". En verdad, mi cuate estaba por empezar un romance con una de las chicas del lugar(ejo). Cuando la vi me pareció interesante. Ni alta ni baja, ni blanca ni morena, ni exótica o exhuberante, tampoco fea, pero bailaba muy bien a pesar de los evidentes aunque iniciales estragos de la anorexia. Para no hacer tierra me fui a otra mesa, mientras mi cuate cortejaba. No tardó en acercarse una mujer alta, delgada, de pechos muy pequeños, pelo colocho muy teñido y piernas largas. "¡Hola! Te puedo acompañar". "Cómo decirte que no, ¿querés un chela?". "Fijate que prefiero no beber ahorita, pero platiquemos".

No tardó mucho en pedir un trago, un whisky en las rocas. Entablamos conversación. Me contó que venía de El Salvador, que tenía un hijo al cuidado de su mamá, que la vida es dura, que cuesta salir adelante, que para nada se trataba de quedarse ahí. Lo normal, nada fuera de lo común para ese tipo de circunstancias. Rondaba los 30 años, ya le preocupaba la competencia de las más jóvenes. Luego, nos sentamos los cuatro alrededor de una misma mesa. Se habló de poesía, de cine, de dinero.

Nos contó que el peor tipo de cliente es que les exige beber hasta la inconciencia, o de lo contrario no paga la media hora para estar con ellas. "No me gusta tomar pero con ellos no queda alternativa: piden, te sirven y te dosifican, para estar seguros de que uno está tomando licor de verdad (y no el bebedizo de dudosa reputación que les prepara el bartender)".

Un mesero, mal encarado, le avisó que debía pasar a bailar. Todas allí vestían botas altas, hasta la rodilla, de un tacón 16 por lo menos. Se quitaban todo, menos el calzado. Como es típico me lanzó el calzón a la cara y se lo agradecí, mientras recordaba que mi gran amiga F siempre estaba fantaseando con volverse prostituta, soñando con bailar en el tubo ("llévenme a un putero", decía, "quiero ver cómo es el ambiente").

No recuerdo cuál canción la acompañaba, pero era una especie electrónica imposible de identificar (a media semana no había Dj). Volvió y seguimos con la plática, cada vez más íntima (no sin antes pedirme la tanga de vuelta. "Es muy cara", me explicó). Me hizo una lap dance, la primera de mi vida. La verdad, me sentí un poco incómodo. Tenerla sentada, desnuda, dirigiendo mis manos sobre su cuerpo, delante de todos, me avergonzó. L y su chica se reían de mi. Notaron mi falta de experiencia.

Estaba molesta por mi desinterés, porque no quise ocuparme con ella. Tal vez por eso, en tono desafiante afirmó que los chapines somos unos arrastrados. ¿De veras? le pegunté, levantando la mirada. "Sí, lo primero que hacen siempre es bajarse a lamer entre las piernas, no se exigen mucho". "¿Y tú, no la mamás pues?" "¡Ah, pero eso es diferente! El salvadoreño, en cambio, tal vez porque es tan machista jamás haría eso, pero sí exige que una lo acaricie con la boca, lo cual me parece correcto". Mejor hice como Till Lindemann en el video de Keine Lust: miré para otro lado y me hice el loco.

La mujer alta de pelo teñido volvió a embutirse en el bikini. Me vio a los ojos, mientras los de ella se humedecían ligeramente. "Sabés -me dijo-, yo sé que estoy salada por lo que estoy haciendo, soy cristiana y me avergüenzo por esto, pero lo hago por mi hijo". Callé, no supe qué decirle, no encontré una cita bíblica que apoyara algún argumento, pero le apunté que en ese tipo de profesión, si existe el menor reparo de conciencia, lo mejor sería buscar otra. "Siento haberte conocido aquí, disculpame si te dejo, pero ya no puedo estar más tiempo sola contigo".

Luego, regresó el mesero cobrando el doble del monto verdadero. O pagábamos o nos dejarían encerrados allí y como alguien le había advertido al lugar contra una posible redada policial, habían trasladado a las menores de edad a otra casa. El ambiente estaba un tanto caldeado y por eso preferimos pagar e irnos a Cafesa, a comer y a pensar en las tareas del día siguiente.
Inspirado en un post de En la mitad de la vida.
Otra versión de esta historia está aquí.

9 comments:

Juan Pablo Dardón said...

Excelente crónica León. Las putas tienen la misma historia, siempre hay un sacrificio más grande que todo para caer en el vicio. Cómo condenarlas?

klavaza said...

Imposible condenarlas! Recuerdo que un Papa le pidió a los caballeros cristianos que se casaran con prostitutas, para honrarlas y dirimirlas.

La Chachi said...

Qué vida, verdad vos. Me encantó la narrativa y me dio mucha risa lo de tu amiga que fantaseaba con ser puta...jajaja.

Buenísimo.

klavaza said...

Gracias Chachi!!!

J M said...

muy buena historia! bien escrita como siempre. Me gustaría que hubieran lugares así para ir en pareja... pero aquì es mucho pedir. Saludos!

klavaza said...

No creo que sea mucho pedir. Otra amiga, canchona, alta y bien dada, quiso entrar disfrazada de hombre pero en aquella época eso era impensable y no la dejaron. La cacharon en la entrada. Así que volvió con la historia de que trabajaba en Las Vegas y quería conocer cómo era el ambiente de Guate. La dejaron. Pero eso fue en los años 70 del siglo pasado. Ahora he sabido de varias chavas que han ido con grupos de cuates. Eso sí, en cuanto las chicas de lugar las ven, a ellas les bailan.

Notas de la Pandemia said...

Al próximo tour me apunto, jajaja, buena crónica.

Notas de la Pandemia said...
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David Lepe said...

caval, así sombríos y deprimentes los siento yo.
sin casaca, por eso no me gustan esos lugares.
muy buena historia