Wednesday, October 05, 2011

Recuerdos de Monteforte

Tres jóvenes lacandones -apodados San Juan, San Pedro y San Marcos- en la pista Lacandón, Petén, junto con el capitán Carlos Enrique -El Gato- Samayoa. Foto de la colección de Rafael Vettorazzi vía Mundo&Motor.
"En tiempo de Ubico, jóvenes, trajeron unos lacandones de El Petén. Los tuvieron en jaulas en La Aurora. Eran salvajes. No hablaban, comían carne cruda y antes de partirla con los dientes se afilaban las uñas en una piedra. Yo los ví y no lo he olvidado".

Así enseñaba el viejo profesor, quien había vuelto a las aulas del Liceo Guatemala, en donde décadas antes había conocido mejores tiempos. Pero lo hacía ya  anciano, con paradigmas trasnochados y falta de autoridad ante un grupo de estudiantes que estaban muy lejos de los militarizados que encontró cuando tal general dictaba los destinos del país.

Muchos no le escuchaban. Yo sí. A pesar de cursar el primero de secundaria me pareció que mentía, no creía cierto que alguien actuara como animal. Más, pensé, se trataba de recuerdos tamizados por prejuicios, clasismo y racismo. De inmediato sentí desprecio por él y le perdí el poco, poquísimo respeto que me habría inspirado. Comprobaría más tarde, al estudiar antropología, que en Guatemala tenemos una fuerte tendencia a creernos semejantes fábulas, a transmitirlas y afirmarlas con el más absoluto descaro ("no coman tortillas porque embrutecen", por ejemplo). Y a pesar de que tal elemental incursión académica duró solo dos años, fue suficiente para darme una visión más amplia y egalitaria.

Terrible como parezca, este artículo de Stephanie Pappas cita a un estudio que culpa a la cultura misma como al vector que inocula tales prejuicios en las personas. Bien decía Pier Paolo Pasolini que la cultura es mierda y que eso le damos de comer a los jóvenes. Menos grosera pero igual de aguda fue la observación que hizo un antropólogo social (no identificado): "La cultura es un mal necesario". Si no cambiamos nuestro currículum educativo y dejamos atrás toda esa bola de mentiras nunca seremos viables como país, como dicen algunos oenejeros, encubriendo conceptos más cortantes. Aquellos lacandones fueron vejados por iniciativa de un Monteforte joven, en bruto digamos. Habrá quien piense que él, como Miguel Ángel Asturias, pasó por un proceso evolutivo. Tal vez sí, tal vez no. O tal vez fue un vector más de los horrores de esta temible cultura.

2 comments:

Francisco Solares-Larrave said...

Para serte sincero, conocí a Monteforte y me decepcionó profundamente. En lugar de encontrarme con alguien con la magnanimidad y generosidad de Augusto Monterroso (con quien tuve el privilegio de conversar exclusivamente por más de dos horas en un hotel de Guatemala City), tuve que enfrentarme con un hombre que adoraba la adulación, el poder, los alardes y la vanidad. Cuando nos presentaron me ignoró, y continuó haciéndolo cada vez que nos volvían a presentar. Se oponía a la expresión de ideas en forma novedosa, y se aferraba a conceptos anticuados e inválidos porque no quería trabajar aprendiendo cosas nuevas. Cierto, habrá escrito conmovedoras novelas y toda la cosa, pero el individuo era intelectualmente mezquino y terriblemente vanidoso.

klavaza said...

Por el estilo. Lo entrevisté para Revista Crónica y me encontré con un hombre sentencioso, dogmático y aburrido. Me imaginaba estar frente al V Arcano Mayor del Tarot: El Papa, pero en su sentido más negativo. Por ejemplo; "El Imparcial era basura, eso no servía, no era más que el club de César Brañas y los intelectuales de Derecha". Tal vez para no ofender, concedió: "Sólo su papá se salvaba ahí...". Yo traía otro concepto de él, por descripciones de amigos que lo habían conocido en Méjico y lo admiraban porque, al fin y al cabo, aspiraban a ser como él.