"Les sanglots longs
Des violons
De l'automne
Blessent mon coeur
D'une langueur
Monotone".
Paul Verlaine, Chanson d'automne.El sábado pasado en el Palacio Nacional de la Cultura tuvo lugar una fiesta para celebrar los 40 años que Paulo Alvarado le ha dedicado a la música. Es decir, toda su vida. Con un amplio espectro, compositor de rock, de clásico (o música académica, como le llaman ahora), de soundtracks y grande de ese instrumento esotérico, sensual y mágico, el violoncello, ha tenido una presencia muy notoria en la escena artística nacional, más allá de su participación en audiciones, conciertos o reuniones sociales. Su columna, Presto Non Troppo, por ejemplo, no sólo se limita a la crítica musical, también revela a un hombre muy entendido de su entorno, a un observador quien ha logrado aprehender la big picture como pocos otros.
Lo conocí hace décadas, cuando Alux Nahual hacía tronar a Guatemala, cuando Devo cantaba Freedom of Choice y el rock alternativo entraba con ímpetu al mainstream mundial. Platicar con él hoy es como levantar un velo tras otro de la historia de la música nacional, con velocidad casi electrónica salta de una era a otra, rememora personajes, maestros, conciertos y composiciones, cita sin error álbumes (algunos extintos para la memoria popular) y, sin embargo, no hay en él un anclaje hacia el pasado. Por el contrario, siempre busca la innovación y el progreso. Felicitaciones Paulo, por todos estos años, espero otras cuatro décadas más y, como dicen británicos y gringos, and beyond.
La celebración por supuesto giró en torno a un concierto de música suya inspirada en 40 textos escritos por similar número de autores. Yo entre ellos. El mío, lo reproduzco acá y espero verlo pronto en ese libro-objeto que sería, sin duda, un homenaje de mayor permanencia.
“Haec tibi omnia dabo...”
(“-Todo esto será tuyo si postrado me adorases-”)
(“-Todo esto será tuyo si postrado me adorases-”)
Si Cristo no tenía mucho en el desierto, apenas empezaba su ayuno y ya las tentaciones, las hermosas tentaciones mundanas, se arremolinaban para impedirle la marcha, entonces, ¿qué podría tentar a un músico del siglo XXI tras 40 años de tropelar oídos, orquestas, cuerdas, estudios, y de ver su obra publicada, aceptada, deseada? ¿Bellas mujeres, fama, fortuna, un Stradivarius o la trascendencia de su obra? ¿Llegar a ser maestro de todas las técnicas, dominar a todo instrumento que le apetezca, tener en la punta de los dedos armonías y ritmos, transportar sin pensarlo dos veces o ser el mejor lector y virtuoso del mundo? No, ésas son ansias decimonónicas o de un Salieri hollywoodesco. Las tentaciones para este músico, tras 40 años de clamar en el desierto, quedaron atrás. El “sic transit gloria mundi” ya le es harto conocido, el destello de los escenarios se ha vuelto casi cotidiano y sabe que su obra quedará. Entonces, será tentado sólo por las más abstractas de las consideraciones musicales, por explorar, por llegar más allá y emprender la marcha de otros 40 años de fructífera carrera. Así espero que lo haga.
Imagen: klavaza, 2010.
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