La ciencia ficción es un género difícil, de muchas nueces y pocos maestros. O favorece a los efectos especiales o extrema declaraciones panfletarias en producciones de bajo presupuesto, muy imaginativas pero de poco valor comercial o artístico. James Cameron, como director y escritor, une ambas vertientes y logra un torrente de caudal avasallador que devora vista, oído y tacto de forma virtual en Avatar.
En el satélite Pandora, de un planeta de la estrella Alfa Centauri, vive la cultura Na'vi: seres gigantes de aspecto caballuno, agilidad felina y belleza inefable. Sus avatares podrían encontrarse desde en los Viajes de Gulliver hasta la Golden Age de los cómics o en ilustraciones de la primera era de la revista Heavy Metal. Sin embargo, es su credibilidad uno de los ingredientes más impresionantes de este filme que redefine a su género como en su momento lo hizo 2001, Odisea del Espacio.
Los na'vi poseen su lenguaje y cultura, integrada por completo a su medio ambiente, uno de los más impresionantes de la historia del cine. Para desgracia de ese mundo idílico allí se encuentra un mineral, el Unobtanium, capaz de levitar. Tras él va una empresa con su gerente (Giovanni Ribisi), ya no transnacional o global, sino transestelar, y a su lado va su brazo armado, otra empresa, un cuerpo paramilitar mercenario dirigido por un marine con alma de asesino (Stephen Lang). La mancuerna gerente-chafa, respaldada por armas y capital tiene como único fin obtener al mineral a cualquier costo, medio ambiental, cultural o na'vi. "No hay nada que preocupe más a los inversionistas, aparte de malos reportes de Prensa, que pérdidas financieras", sentencia el gerente.
Si no les suena conocido es que han pasado de noche en este mundo: petróleo, oro, plata, platino, uranio, madera y muchas otras materias primas se han explotado así en esta Tierra desde tiempo inmemorial, y así se sigue haciendo, sin importar el costo a mediano o largo plazos. Sólo cuenta ganar hoy, mañana no importa. Este mundo está podrido y cuando viajemos al espacio profundo, propone Cameron, nos llevaremos esa podredumbre con nosotros.
Se trata de un filme que se toma en serio a sí mismo y por eso se convierte en una sólida propuesta en la cual sentimientos, personajes bien redondeados y actuaciones de primera se conjugan durante dos horas y media que para nada se sienten largas. Además, pues, de efectos especiales que se merecen apreciarlos en formato Imax 3D. Claro, como se trata de una historia gringa hay un héroe (Sam Worthington), una heroína (Zoe Saldana), un romance, una idealista científica (Sigourne Weaver, quien retorna magnífica como siempre a la ciencia ficción en esta producción), una disidente (Michelle Rodriguez) y un despliegue grosero de violencia pero, por la forma en que están estructurados e integrados a la narrativa, están mucho más allá de la media.
En resumen, es ciencia ficción para todos, con alma, con mensaje, con tuétano creado con las enseñanzas de los antiguos indios americanos, el budismo zen y el New Age de mejor cepa, pero con el mal olor que han dejado en la historia las guerras, las conquistas y el abuso de poder.