El siglo XX en forma progresiva vio cómo el deporte institucional se convertía de pretendido portaestandarte de ideales grecorromanos, trasnochados y románticos, en un pinche y descarado negocio manejado por grandes corporaciones. Un caso espectacularmente decolorido, criollo y tercermundiasta son nuestras arzucistas futecas. Pero de vuelta al tema, John McEnroe, ex número 1 del mundo, ha denunciado al diario Daily Telegraph que las mafias rusas posiblemente se han infiltrado en el tenis de alto nivel con fines lucrativos: juegos arreglados, apuestas, extorsiones, amenazas de muerte y otras lacras típicas de esa gente estarían por infestar o ya infestaron al deporte blanco. Otro dolor de cabeza para los administradores del deporte a nivel mundial. Este hecho, junto con las ya habituales denuncias por abuso de sustancias para mejorar la performance de los deportistas, algo perfectamente sancionado en la antigua Grecia, dan razones para exigir que se mantenga limpia la sangre deportiva. Lo malo es que las acciones para compulsar el buen comportamiento y la sana competencia, como los controles antidoping, también se han prestado para golear, carambolear y sacar del ruedo a ciertos contendientes, como sucede con Martina Hingis, un caso que en realidad da coraje. En vista de lo dicho por McEnroe, no sería raro que las pruebas de orina de la estrella suiza hayan sido manipuladas para desprestigiarla quién sabe por qué razones.
Fuente e imagen: Daily Telegraph.
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