Frotismo en la burra

Imagen, HK Web.

No solo había pasado la noche en la casa de una cuata, más flasheada que otra cosa porque se había puesto una micromini blanca cuyo principal atractivo era la tanga; sino, al irme, me paso esto.

Salí muy temprano, me subí en una 70. Dos asientos delante mío iba una señora, entrada en años y en carnes, sentada al lado del pasillo. Dos atrás, un tipo más viejo, mal encarado. Cerca del Burger de la San Juan se subió un individuo. A pesar de la abundancia de asientos prefirió ir parado al lado de la susobicha. No pasaron tres cuadras antes de que la dama, con lenguaje florido, le protestara: "¡Qué chingados le pasa a usté, hijo de la gran puta, degenerado enfermo!". "A mí nada doña, puta, si voy tranquilo". "Tranquilo será, ¡si se viene sobando esa su babosada con mi hombro!". Antes de que el hombre protestara el viejo se levantó, lo tomó por el cuello, lo llevó hacia la puerta trasera, con un brazo doblado, para golpearle la cabeza con fuerza mientras le gritaba al piloto, "¡Pare la unidad, llevamos un degenerado aquí!". Y otra vez, y otra vez. El hombre no decía nada. Por fin se detuvo el bus y el viejo lanzó al otro con una puntapié en el trasero. Éste todavía quiso reaccionar pateando pero el viejo le capturó el pie al tiempo que arrancaba el bus y el tipo cayó sentado con un golpe seco. Mientras nos alejábamos alcancé a verlo gesticulando y, me supongo, maldiciendo.

El señor acompañó a la señora, le pasó el brazo sobre el hombro: "Ya no vas a pelear". "No", le dijo ella, "gracias". "No me vas a decir -comentó-, que no te gustó sentirle la paloma a ese cerote". "¡Ay Dios! así de chiquita era la palomita", contestó la mujer, junto con un gesto manual.

Me tuve que morder la lengua para no reírme detrás de ellos.