Esta belleza llegaba junto con sus padres al techo de la casa de Yolanda. Era desconfiado, pero precioso. Los adultos, cuando intuyeron que se acercaba a la gente, se lo llevaron. Nunca lo vimos de nuevo, aunque sus progenitores acudían con regularidad en busca de alimento.
Imagen: Yolanda Monjes, n/d.
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