Foto: klavaza, 2009.Cuando lo conocí rondaba los 35 años, llegó al colegio como profesor, recién salido de las entrañas de la Orden Salesiana. De sus días de cura le había quedado la costumbre de vestir casi siempre de negro, de ahí el apodo: El Zope. Era flaco y algo menudo pero determinado, con un plan de vida, con una vida que los ambientes conventuales no le habrían podido dar y con más experiencia que muchos del doble de su edad. Eso lo calificaba para aconsejar con agudeza. Lo que más me llamó la atención en ese entonces fue su inteligencia, nutrida por una constante lectura y dirigida por un incólume compromiso con la Teología de la Liberación y con la humanidad.
Como profesor, nos impartió psicobiología, estadística y contabilidad, así de versátil era. Concedido, eran feas materias, pero les confería una cuarta dimensión, un toque humanista que las hacía útiles para el diario vivir. Pronto lo vimos como a un líder y un poco menos pronto le tuvimos confianza, algo raro en la secundaria donde estudiaba, dicotómica, con los profesores y hermanos allá, mientas yo y un grupo reducido de cuates, nos atrincherábanos acá. También se formó una amistad que duró hasta su partida aunque en la última década nos vimos ya muy poco. Más, hablaba, consultaba, elucubraba con él por teléfono.
Me encantaba retarlo. Y a él aceptar los retos: mientras otros porfesores se perturbaban cuando un patojo de segundo les llegaba con el Argumento de Potencia de Averroes ("¿puede Dios crear una piedra tan grande que ni él mismo la pueda cargar?"), Jorge lo tomaba por el mango lógico y lo convertía en una interesante disertación. Manejaba el pensamiento lateral de Bono, conocía bien a Bertrand Russell, disfrutaba las impostura literarias de Cortázar, en fin, no era para el nivel de aquél colegio y por eso, y por motivos idiotas, un directorsucho joven le quitó el puesto. Su vida siguió como si nada, dedicada a un nivel más alto de docencia y a estudiar. Uno de sus consejos, que jamás olvidé pero, por supuesto nunca puse en practica, era "un exámen final se prepara con seis meses de antelación".
No fue nada sorpresivo, entonces, que se recibiera de psicólogo cuando ya rondaba los 40 años y que prosiguiera sin tregua hasta completar los estudios de doctorado. Durante ese tiempo cambió poco, siempre mantenía un fuerte vínculo con el conocimiento humanístico, un profundo deseo por comprender al alma humana y una chispa de rebeldía que no lo dejó doblegarse. "El sistema tiene tres magníficos medios para vencernos", decía, "la carrera, el matrimonio y los hijos". Él terminó sus estudios, se casó felizmente con Isabel y procreó pero nunca dejó que el sistema lo venciera.
Por él supe de personajes como Vera Teilheimer, de la Teología de la Liberación, bastante satanizada, y que psicología y filosofía van bastante de la mano pero sobre todo, que la vida hay que vivirla y después todo lo demás.
Magnífico amigo, excelente profesor de academias y de vida, siempre te tuve presente. Ahora te has ido de este infame plano (por decirte eso empezaríamos otra discusión), pero no de la impronta que me dejaste, de la curiosidad que supiste atizar, de la mano que tendiste cuando caía en la oscuridad, ni del recuerdo que habrá de perdurar hasta que mi propio procesador deje de calcular.
