“Hoy en nuestro especial contra el insomnio tenemos el honor, el gusto, el placer de traer a la gran estrella que ha conmocionado al mundo con su propuesta extrema pero fresca y juvenil. Con más de dos millones de copias vendidas su último éxito se escucha hasta en los inodoros...”.
La pantalla visualizó a una chica de 20 años, rubia y atractiva hasta más no poder. Ángel de inmediato quiso poner una mano en su entrepierna y empezó a fantasear con la estrella que encontraba parecida a la Melissa de 25 años atrás. Un cuarto de siglo sin verla, los excesos y la soledad de la vejez parecían haberlo devastado.
Ante los ojos de la enfermera, de reciente ingreso al asilo psiquiátrico, apareció un viejo demacrado con ojos desorbitados. Notó las ataduras para mantenerlo fijo al sillón, también que el pañal no había sido de utilidad. “No se asuste”, le dijo la supervisora, “es don Ángel, lo remitieron acá porque dejaron de pagar la clínica en donde estaba. Tiene sus cosas pero no es violento”.
“¿Cuáles cosas?”. “Bueno, mantiene la tele encendida las 24 horas y le escribe cartas a una tal Melissa. Está obsesionado con que algún día va a venir a chuparle la sangre y a veces es cochino, usted me entiende, ¿verdad?, al fin y al cabo es hombre”.
¿Qué, lo molesta a una?”. “No niña, si de todos modos ya no funciona, es diabético, tiene deshechos el páncreas y el hígado y como ve su mente siempre está ausente, pero se toca y se toca y a veces se toma sus orines. Lo peor es que en la noche grita como desesperado, hasta ahora nadie sabe por qué, y corre. Por eso lo amarramos, ya sea a la cama o a este sillón. A partir de las seis de la mañana lo desatamos porque de día es bastante tranquilo. No se le medica mucho porque tolera mal la mayoría de prescripciones. En fin, le falta poco y en realidad a mi me da más lástima que otra cosa”.
“Pobre”, dijo la nueva, “quién sabrá cómo habrá vivido antes”. “Vea”, siguió la supervisora, “cuando está cantando esa chica, mire en la tele, se llama Iris, ni se le vaya a ocurrir cambiarle de canal, porque cree que ella es la tal Melissa que se volvió joven otra vez”.
Ambas se retiraron casi de puntillas. Cerraron tras sí la puerta, apagaron la luz y se dirigieron a la siguiente habitación. En la mente de Ángel apareció Melissa, volvieron las noches desenfrenadas, los clubes con sus interminables filas de chicas que intercambiaba con ella, el lujo y el esplendor.
De pronto se sintió rodeado por un círculo de muertos invisibles, que sabía cada día más cerrado alrededor suyo, y empezó a gritar para alejarlos.
Ilustración: Habitación para el paciente, imagen 3D de Jeff Jonaitis, 2002-2005.
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