Sacrificio final
La penumbra dejaba entrever a un fiel arrodillado frente al comulgatorio. ¿Cómo entraste al templo?, le preguntó el cura con timidez, sin obtener respuesta. ¿Necesitas ayuda?, insistió. Al acercarse distinguió con repugnancia a un torso desnudo, sostenido sobre un macabro trípode formado por los muñones de las piernas y una espada que le hendía las nalgas. La lengua de fuera y una herida en el cuello, figurada como una segunda boca, agregaban un grotesco adorno al rostro contorsionado hasta por el último suspiro.
El sacristán y el mismo cura buscaron los miembros o restos de sangre, pero la limpieza parecía normal con excepción del olor dulzón emanado por el tronco, el último de los doce que aterrorizaron los maitines de la congregación; uno cada mes, durante un año. El cómplice silencio de los pocos enterados de los crímenes fue clave para desmentir los rumores que contaban sobre misas negras, sacrificios y orgías nocturnas celebradas en túneles secretos ubicados bajo el edificio. Por la profesada derecha del cura hasta se afirmó que el Gobierno utilizaba al santo lugar para torturar a sus opositores con la venia de la Iglesia.
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La pequeña presa
“Hoy es un día espléndido” le dijo Ximena a Melissa. “Estar recostada contigo, lejos de mi padre, me hace sentir eterna. ¿Cómo era el tuyo?”. El aspecto infantil de la adolescente escondía su vehemente lascivia y la dulzura de su voz a una fobia y un sadismo incontenibles contra los hombres. Sin embargo, aquella criatura se comportaba ante su amante como mascota faldera.
Melissa no respondió, al fin de cuentas en su vida abundaban las ximenas, pero pensó, "mi padre no fue padre, sino verdugo". Oteó al horizonte sin alcanzar la otra orilla del lago a pesar de que la suite, la más lujosa de las cinco del exclusivo hotel de Atitlán donde se alojaban, estaba situada en lo alto de un monte. El cielo prístino, azul intenso, distrajo un momento su discurrir. Le pidió a Ximena que encendiera una veladora y el olor de la mecha quemada le recordó la última vez que escuchó la voz de su Maestra, haría unas décadas, en los restos de un templo del Culto. Aquellas palabras resonaron de nuevo en sus oídos:
“Adoradora de la inmemorial Kískil-LiLá, te entrego a perpetuidad esta Corona, suma de las doce pruebas que has ganado. ¡Responde y serás una Gran Lamia como yo!”. Melissa, arrodillada, vestida sólo con su emoción, contenida por la trascendencia del rito de su penúltima investidura, vio a los pies de su Maestra, se concentró y murmuró casi para sí, tsiyiy pagash ‘iy sa‘iyr qara‘rea‘ liyliyth raga‘ matsa‘ manowach(1). Después simbolizó su juramento de secreto eterno con un beso a las correas de plata de las lujosas sandalias de la Maestra.
“Yo desato toda atadura que te haya sido impuesta aquí o en cualquier otro plano, ahora tienes la dignidad de mis predecesoras. Te has convertido en depositaria de nuestra sabiduría: me sucederás como cabeza de nuestro culto si algún día superas nuestra última prueba”. Cuando la Maestra elevó su espada, antes de consagrar a Melissa al oscuro sacerdocio de Lilith, la nueva Lamia sintió el orgasmo más intenso de su vida.
Sus recuerdos cesaron cuando la pequeña mano de su amante se deslizó despacio sobre uno de sus muslos. El estremecimiento carnal la acercó tanto a Ximena que hasta sintió lástima, porque sabía que pronto la convertiría en una presa más de sus incontables cacerías.
“A veces me pregunto, hace tanto tiempo ya, ¿cuál sería el destino del último sacrificado?”. “Tal vez está encarnado en rata”, le sugirió Ximena con sorna, porque intuyó de qué le hablaba. Melissa calló con una sutil sonrisa y empezó a devolver la caricia, primero, con delicadeza, pero, conforme el ardor se apoderó de ella, con creciente intensidad hasta llegar al salvajismo, único modo que tenía para lograr un orgasmo que sólo se detuvo cuando perdió la conciencia.
Llamas de un blanco intenso lamían sus carnes pero sin causarle dolores. Más bien sentía agrado hasta que un hedor insoportable la hizo vomitar. De entre el fuego, como quien separa cortinas, apareció el rostro consumido de la última víctima, suplicándole a gritos que le diera paz sacándola de allí, también le juraba venganza por haberla matado con su propio gladio. Los berridos de la entidad la sacaron de la pesadilla con agitación y jadeos.
Mientras, Ximena asía su mano y la sacudía para que despertara. Cuando Melissa por fin abrió los ojos vio que había mordido los pezones de su amante hasta sangrarlos. Sintió cólera porque el sueño era una advertencia contra sentirse invulnerable. Para tranquilizarse agarró a la niña por el cuello y sin culpa alguna la devoró con la lentitud con que come un escorpión. Sabía que tardaría días en recuperarse del festín pero su necesidad fue más poderosa que el único cariño que había tenido en su vida.
Destino
Aún no anochecía. El triste y lento tañer de una campana la sacó del sopor derivado de la comilona. Lo escuchó seis veces seguidas con la piel erizada: era el llamado que ansió durante décadas. Tomó su libro de rituales y seis onzas de oro, piedras preciosas y monedas romanas con efigies de diosas. Se vistió con sus prendas favoritas. "Pronto", pensó, "pronto, en el Templo".
Emprendió el largo viaje. A pesar de haberlo hecho antes varias veces las horas transcurrieron como si un embudo detuviera su decurso. Por fin alcanzó su destino. Un caballo negro más bien macilento la esperaba al final de una vereda rural. Era noche de luna llena, cantos de grillos y vientos sibilantes. Al verla, el animal bufó mientras la evadía encabritado pero ella con un leve ademán le devolvió la calma para montarlo a pelo de inmediato. Sin vacilar, el jamelgo trotó para internarla en las entrañas de la oscuridad.
Como era su costumbre cabalgaba con la cabeza cubierta. Mientras llegaba se hundía en una profunda meditación para evitar que los temibles cerberos de su conciencia la atacaran con desagradables recuerdos. Nunca sufría de remordimientos, pero intuía que existían poderes capaces de arrasar con ella(2).
No supo cuánto tardó el recorrido. A pesar del tiempo, las puertas del Templo lucían como las recordaba. Desmontó. Sus piernas temblaron, no por esfuerzo ni por fatiga, sino por temor. Temor de no superar la última prueba y de caer en el Abismo. Pero el destino estaba marcado para ella ese día y a esa hora. Sin vacilar más tocó tres veces, como se había pactado, y esperó hasta que una voz le pidió una clave. "Tertium" fue su respuesta. Como si de un ábrete sésamo se hubiera tratado ambos batientes retrocedieron con lentitud para dejarla pasar, pero sin separarse por completo.
Una joven rubia que le pareció apetecible, pero de terrible aspecto, la recibió. "Maestra, bienvenida a casa, La Más Grande te espera. Ya conoces el camino". Con una genuflexión terminó el saludo. Melissa, con paso lento, se dirigió hacia el Altar del Templo en donde una figura encapotada, inmóvil, parecía esperarla. Cuando estuvo frente a ella la saludó con la cabeza, rindió su espada en señal de humildad, le ofreció el oro y los demás presentes y volvió a esperar.
"Tu hora llegará si puedes tomar mi sangre, mi esencia, para unirte conmigo. De lo contrario ya sabes cuál sería tu único posible destino. ¿Estás dispuesta?". "Soy tuya, Maestra", respondió Melissa con un leve temblor de voz. "Empecemos", dijo la vieja Lamia, mientras encendía una enorme antorcha de bronce cuyo fuego, a pesar de su descomunal tamaño, apenas iluminó el lugar en donde estaban.
Mientras las sombras parecían querer devorar los destellos de las llamas la anciana recuperó las fuerzas que la hicieron grande en sus años mozos. Con voz atronadora invocó la compañía de las potencias más oscuras, "para que decidan quién merece este Trono".
La Maestra condujo a Melissa hasta una habitación oscura en donde la dejó desnuda. Habrían de transcurrir seis horas antes de iniciar la prueba final. Mientras, la ahora candidata meditaba elevada sobre las puntas de los pies, como si quisiera levitar. Cuando el cansancio se apoderó de ella cayó desfallecida hasta llegar al blackout.
Dos jóvenes vestidas con hábitos negros la despertaron. “Maestra, llegó la hora”. Después de un baño con agua lustral que desembocó en orgía comió una pequeña porción de caviar con kiwi, pescado cocido y mijo. No bebió.
El combate
En una pequeña estancia la armaron con un peto de cuero y metal con hombreras y rodelas, diseñado para no detener su agilidad. Debajo, una lóriga ajustada a sus pechos, como si de seda se tratara, la hizo sentir frío. Botas de cuero hasta medio muslo con puntas de acero pulido y pintado de negro protegían sus piernas. En su cabeza pusieron un casco de acero adornado con fieras mitológicas e invocaciones arcanas, a modo de talismanes.
No llevaba ropa interior, le pintaron el rostro de negro y finalizaron con los guanteletes. Cuando le devolvieron su espada, las edecanes la dejaron sola para que buscara a su oponente. La encontró en un patio enorme. Al verla fijó la mirada en ella y para desafiar su autoridad elevó el arma por la empuñadura con la punta hacia abajo.
Melissa se lanzó conjurando el arma contra su mentora. Sin mediar palabra la vieja esperó incólume para lanzarla a metros de distancia con un movimiento circular del brazo. A pesar de que su armadura parecía pesada, con un salto asombroso se acercó para darle un golpe con el canto del arma. Para evitar una segunda embestida, herida segura, Melissa optó por retirarse para fortalecerse y ganar espacio, pero su Maestra la seguía sin tregua con la evidente intención de doblegarla sin dejarle más remedio que enfrentarla con las mismas intenciones.
Cinco, diez, quince minutos, Melissa nunca supo cuánto tiempo combatió contra aquél demonio disfrazado de senilidad. Extenuada, jadeante, con la mente embrutecida, cargaba su cuerpo como a un bulto inservible sin contar las heridas causadas por su rival, la más reciente en un pie. Aún así no se rendía en espera de un tercer aire, porque el segundo se le agotó. La anciana no era del todo inmune, estaba cansada por dos golpes que podrían ser graves, pero todavía peleaba como fiera enloquecida.
Melissa quiso pronunciar otro conjuro pero su garganta, lacerada por el pomo de la otra espada, ya no podía emitir sonidos. Cayó de rodillas. Intentó proseguir pero ya solo fantaseaba con que aún sostenía su arma, hasta que las fuerzas la abandonaron. Un campo negro se apoderó de su mente, ensordeció y empezó a vomitar sangre. Cuando inspiraba sentía que tragaba fuego. De la negrura surgió aquél hechicero que fuera su padre como lo vio la última vez, para gritarle, “perra, perra maldita, fallaste, te dejaste encandilar por...”.
Al abrir los ojos descubrió que frente a ella estaba su Maestra, no su padre, aullando el resto del insulto, “...el mundo material con sus estúpidos oropeles, por eso ha llegado tu final. Hoy serán mis manos las que te pierdan para la Eterna Noche del Abismo: húndete en ella para siempre”.
Mientras la espada caía hacia su nuca, Melissa se vio flotando sobre la escena del combate. Su Maestra, ahora a su lado, se sostenía con la ayuda de las edecanes y la rubia de aspecto terrible; pero en vez de triunfante lucía decepcionada.
Al verse rodeada supo que el final la acechaba. Con dignidad aceptó su derrota. De lo más hondo de su cerebro volvió un poema que la impresionaba cuando era joven:
“Me voy
Sin adioses
Sin lágrimas
Con rencores y tristezas
Con las manos vacías...
Con el cuerpo encendido
El corazón empobrecido
Desangrado
Sin alma”(3).
La cabeza cayó sin rodar dejando al cuerpo convulso expulsando sangre en todas direcciones. La vieja Lamia, una vez declaró finalizado el ritual, se dio permiso para caer para siempre sin despedirse Como trascendió sin sucesión, porque no había otra candidata con las calificaciones de Melissa, dejó a un milenario linaje de guerreras vampiras acéfalo y a sus seguidoras convertidas en rivales por enfrentamientos fratricidas.
Nadie recuerda hoy a Melissa porque no se guardaron sus registros orales, única literatura que conoce la Orden de Lilith. Tenía razón cuando se decía, “el olvido es un terrible destino”.
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(1) "Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilith y en él encontrará descanso", (en realidad Melissa se dijo, "Et occurrent hyaenae thoibus, et pilosus clamat ad amicum suum; ibi cubat Lamia et invenit sibi requiem", pero la lengua era irrelevante si su pronunciación hebrea era la correcta. N del E).
(2) La voz griega kadath (asolación) sería adecuada para calificar el temor que sentía.
(3) Fuera , 2005, de Claudia Navas, publicado en su blog, Ordinaria Locura.
Fotos: Gladio republicano, tomado de Imperial Weapons; Scorpio Rising, 2005; Mixco Viejo, fragmento, 2004; Mouseleo de Ieyasu Tokugawa, según Chez; Sanatl, 2005.
La transliteración hebrea de Is.34:14 proviene del artículo Lilith, de la Wikipedia. La cita latina, de la Vulgata, tal como está en el sitio web del Vaticano y la española, de la Biblia de Jerusalén, de la editorial Desclée de Bruwer.
Links relacionados: Vae Victis, Melissa I; Phlegon de Mirabilibus, Melissa II; Non Omnis Moriar, Melissa Epílogo; Secta, Melissa 0.
2 comments:
Jueee, ya era hora de ver el final de esta historia, pero lo malo que se queda uno con esa sensacion de querer mas de la historia, osea, otra continuacion, mis felicitaciones por melissa, me encanta el detalle tan erotico de las escenas y ni digamos el contenido altamente lesbico que por todos lados aflora, bien podriamos decir que es historia digna para una pelicula estilo heavy metal (la primera claro), espero algun dia melissa se vuelva no solo una trilogia sino una obre completa hecha y derecha, porque tiene mucho por donde desarrollarla, una vez mas mis mas sinceras enhorabuenas!!
Espectativas superadas!!!!
segui asi!
Cool fiction.
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