Foto: Vía Universal Music. |
Por tanto, si un vehículo sufre de una serie interminable de averías, provoca gastos recurrentes por reparaciones inservibles -porque sigue dale que dale con los gastos-, o presenta desperfectos inexplicables, la gente dirá que está salado. La solución clásica es venderlo o abandonarlo, pero mejor lo primero, aunque el comprador se quede, no solo con un limón, sino también con la mala sal del vehículo.
Primera Parte I / IIII
A Markus Obrist y Elías Trejo Alejos, porque son los únicos que los reparan.
A Néstor Larrazabal Bobadilla, porque, bueno, ¡mejor dejémosle estar!.
Las siguientes anotaciones son bosquejos de narrativas inspiradas en hechos reales, tres de las cuatro me constan. La restante, contada por un amigo me resulta creíble por las credenciales que el susobicho ha demostrado en su vida. Esta es la primera entrega.
I Auto: Buick Century V8, modelo 1973
(vivencia personal)
A finales de los años 80 los V8 ya eran temibles resabios de una era que no sabía nada de conservación de la energía, menos de ahorro de combustible. Vetustos dinosaurios, execrable muestra de irrespeto al medio ambiente, que circulaban gracias a otros dinosaurios, aquellos escudados tras el argumento "¡yo puedo pagar esta mierda!", si se les increpaba por su alto consumo de combustible. O por quienes no podían pagarse algo más nuevo, i.e., mi caso.
Mi dama de entonces aullba por un carro y un mi cuate vendía su flamante Buick. "En perfectas condiciones" resultó una ganga por 1,200 pesos. Sí pues. Marchó sobre ruedas unos cuantos meses, hasta que se desalineó el tren delantero. Claro, antes ya había sido necesario enlllantarlo y cambiarle los parabrisas. El primer signo de lo que vendría se hizo evidente cuando me dijeron que era necesario desarmar todo el tren delantero para repararlo. Se hizo y fue devuelto con el timón colocado alrevés. A pesar de las protestas del mecánico, se tuvo que desarmar de nuevo para dejarlo bien.
Foto: Buick. |
Algunas de las refacciones vinieron de Inglaterra pero, recuerdo, los ocho cilindros costaron menos que cuatro para Totoya en ese tiempo. Cuando se concluyó la reparación: ¡Oh flamante auto de nuevo! ¡Con toda su potencia y funcionando a la perfección! Pero, como el motor había recuperado su brío, se jodió la caja automática de tres velocidades. Chingose y ya no cambiaba, había que forzarla a mano. A reparar la caja se dijo (vía Vaccaro). Quedó perfecta. Entonces falló la bomba de gasolina y después el carburador. Se reparó la primera, pero el mecánico estimó innecesario reemplazar el segundo, a pesar de mis protestas: "Se puede arreglar", me dijo. Y lo arregló.
Tras un breve periodo, volvió a descomponerse la bomba y por exceso de fondos el auto se quedó frente a mi casa durante meses. En un momento dado apareció la Muni: Si no lo quitaba se lo llevarían con grúa, así le dijeron a la doméstica, una zacapa de 16 años, muy hermosa. "¿Qué les digo?", me preguntó. "¡Ah! ¡Qué coman mierda!", me dije en voz alta. Obediente, de inmediato salió y les dijo, "¡Dice que coman mierda!". OMG, a tapar el clavo para evitar que se lo llevaran.
Luego, un señor mexicano, alto y obeso, con bastón, me pidió el auto. "Es de tamaño compacto -me dijo-, y me conviene porque es automático, por mi pierna mala me será más fácil de conducir. Te doy Q1,500. Yo lo dejo como nuevo". "Nein", le dije, "¡ya le metí mucho pisto y no lo doy!": Craso error. Craso y carísimo error.
Sucedió entonces que el mecánico se lo llevó. Para arrancarlo utilizó una minibomba de gasolina colocada directamente sobre el carburador, supuestamente reparado. Pero como el motor estaba fuera de tiempo -o eso me dijo don Luis, el mecánico- y la bomba de gasolina funcionó de golpe, hubo fuga de combustible. Y hubo un chispazo y el carro se incendió. Lo apagaron otros mecánicos frente a su taller en la Calle Martí.
La escena era desoladora. El parabrisas estaba rajado en varias partes, voló el capó y el motor y el sistema eléctrico estaban ennegrecidos e irreconocibles. Se fundieron las claveras de las luminarias delanteras, se deformó la parrilla y parte del forro del panel delantero estaba semi derretido. Era el fin. El mecánico ofreció repararlo "poco a poco", menos al cableado del sistema eléctrico.
Llamé a un amigo experto en el tema. "Sí, afirmó, lo puedo recablear, te va a costar una fortuna y no te doy garantía alguna. Entendé que se trata de una especie de prueba y error, hasta que ya no dé problemas. Me tomará entre nueve meses y un año realizarla".
El mecánico me dio Q600 por la chatarra, por pagos, y la unidad fue a parar en manos del gerente de una empresa importadora de maquinaria pesada, quien la quería para sacar repuestos para otro Buick Century V8 del mismo modelo. Antes de comprarlo, con ese mismo dinero podría haber tenido un rubí de estrella (corindón rojo con inclusiones de rutilo). Una piedra hermosa, aunque con mucha seda. Ah, pero fue más importante complacer a la dama, con los decritos y execrables resultados.
Otrosí: Estos hechos sucedieron a finales de los años 80 del siglo pasado. Este año, en marzo, el cuate que me vendió el carro, me dice: "¡Vos! Todavía me debés parte del pago de aquél Century que te vendí, solo me pagaste 800...". Como diríamos en buen chapín, ¡por vía de la gran puta!
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