Temí que Joss Whedon -creador de Buffy, the Vampire Slayer-, lo confieso, no fuera capaz de manejar una convergencia de personajes complejos, de épicas dimensiones y grosera pero justificada violencia. Pero apenas cinco minutos después del inicio mis dudas se desvanecían para dejarme ver una de las mejores adaptaciones de esta saga de Marvel al cine, y he visto muchas, creadas por Hollywood, por Bollywood, por el WuXia hogkonés y por creadores independientes de muchos otros títulos y editoriales de cómics.
Fieles a las historietas, los personajes, como ellos mismo dicen, no son en realidad un equipo, sino una amalgama de egos, intereses y expectativas diferentes. Unirlos y darles un sentido es como dice el dicho en inglés "herding cats". Claro, estamos frente a un especial caso, hay que salvar al mundo y por eso, y a pesar de eso, funcionan. El desarrolo de cada uno, pero en especial el de Hulk, me encantó, así como la historia, mucho más profunda de lo que esperaba. Sin embargo, por más que me divierta la película, quiero adivinar una agenda oculta tras sus desenfrenadas trama, acción y más bien elementales incursiones en la psicología de sus protagonistas.
Si vis pacem para bellum, ese statement que resuena desde la antigua Roma hasta nuestros días me parece que subraya a tinta roja e ilumina en amarillo el fondo de una propuesta que a pesar de todo resulta guerrerista hasta el tuétano de los huesos. Es decir, aunque contemos con los mejores soldados, si no tenemos el armamento adecuado, ni cómo hacerlo llegar hasta al blanco, simplemente perderemos la batalla.
A la larga no es de extrañar, puesto que la cuna de Marvel está en una de las culturas más belicosas de la Tierra, con tantas colas como para necesitar, Noam Chomski dixit, hasta inventarse enemigos para justificar su cuantiosa inversión militar.
Como sea, de todos modos disfruté mucho esta propuesta que desintegra algunos de mis peores temores causados por la venta de Marvel a Disney.