Foto: Palabreando en Bicicleta. |
Aparte, su poderosa voz y su magistral manejo de las pausas hacía casi imposible dejar de escucharlo. Se va el hombre pero nos queda su legado, más de 23 libros, aparte de filmaciones, grabaciones de sus programas de radio y columnas. Tras él siempre estará ese riquísimo bagaje cultural que lo inspiró. Muchas de sus historias las escuché cuando niño de fuentes tan diversas como mis abuelos, las empledas de casa, las viejitas del barrio, mis tíos o de gente mayor. Entonces todavía mantenía cierta vigencia el pensamiento mágico en la cultura chapina. Conforme se urbanizó y se adentró en el siglo XX perdió fuerza y se fue convirtiendo en un mosaico lejano, cada vez más descolorido. Pero, gracias a don Héctor, ese color ha ido volviendo y por sus libros, para quedarse.
Un momento, según entiendo ese pensamiento mágico sigue presente porque tengo testimonios de quienes dicen haber escuchado a la Llorona en alguna calle de Los Ángeles, California; o de haber visto al Sombrerón en Florida. No faltará quien se ria, ni quien se sienta hasta ofendido por tales testimonios. Realmente, carece de importancia si son o no comprobables. Lo comprobable aca es que todos somos vectores de nuestra cultura. Para bien o para mal, a donde vamos la llevamos conciente o inconcientemente. El gran mérito de don Héctor fue haberlo hecho con entusiasmo, como si de un deber se hubiese tratado, y como un gran valor agregado lo hacía con donaire y con la habilidad de hacernos sentir una de las más primordiales fuentes que motivan al arte y a la ciencia: el asombro.
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