Julio Roberto Herrera como Maximón, en el Hotel Museo Casa Santo Domingo.
Imagen de la colección de Fausto Ribera Enríquez. Fotógrafo y fecha desconocidos.
Imagen de la colección de Fausto Ribera Enríquez. Fotógrafo y fecha desconocidos.
Aquella mañana sentí al pasaje Savoy más largo, inaccesible, tal vez por lo mal iluminado. Allí fui a buscar a Enio Cárdenas a mediados de los años 70 y por él conocí a Julio. Parecía taciturno, pero no, era alegre y muy festivo, maestro del doble sentido y agudo observador de la cultura popular. Con gracia lucía dos de los tres estereotipos del refranero español: magnífico loco y excelente poeta. Pero debajo, y no muy por debajo en realidad, se escondía un asiduo buscador de la Verdad, deseoso por encontrarse con la Potestad Suprema para hacerse uno con ella.
Pronto Enio y yo, seguidores de una misma senda pero distinta de la que fatigaba Julio, habríamos de encontrar en él a un oponente abierto, universalista y objetivo, cuya propuesta nos resultó ineludible: quería jugar con nostros un ajedrez virtual cuyo tablero sería la vida, con las escuelas filosóficas cual piezas que se moverían casi por voluntad propia (más adelante, Israel Regardie nos daría ese ajedrez con dioses egipcios en vez de escuelas filosóficas, pero nunca lo jugamos así y eso, yo lo se Julio, fue por mi culpa). Uno de los resultados de esta forma de Dungeons and Dragons fue la ceración de un personaje, Los Huesos, el cual compartimos alguna vez con Margarita Kennefick.
A pesar de su rico bagaje filosófico-esotérico, Julio también era despiadado para disfrutar del jardín de este mundo y dejarse raptar por sus encantos y a veces también por sus más oscuros y peligrosos rincones. Más tarde habría de surgir el geek, el enamorado de los juegos de video, que disfrutamos hasta la saciedad en todas las arcades conocidas en la Guatemala de los años 80. Su juego favorito fue Galaga. Después de aquellas sesiones lúdicas aterrizábamos en lugares de baja estofa como Al Macarone, para cenar filosofía, dos porciones de pizza, un helado y una Coca-Cola.
Julio parecía entonces destinado a la eterna soltería. Pero el bastión habría de caer y nuestros caminos se hicieron diferentes. Sin embargo, las pláticas continuaron por teléfono o en pequeños ratos libres. Sólo que ahora se les sumaba la tecnología aplicada a los juegos. Cuando descubrió Magic, The Gathering (entonces todavía propiedad de The Wizards of The Coast), ya adentrado en su sexta década, abrazó al juego con entusiasmo y llegó a ser bastante bueno en él. A los demás aficionados, la gran mayoría muy jóvenes, también les entusiasmaba ver a un mayor tan encantado con sus mismos gustos. Y que les hablase con soltura sobre CPU, discos duros, memoria RAM y procesadores gráficos y cómo le había dado la vuelta al juego de video en boga, no dejaba de asombrarlos. Por cierto, me quedé con la prometida copia de Black Ops, Julio, aquí se la tengo.
Este hombre, hijo de un exministro de salud de los tiempos de Árbenz, número uno en el inglés, eterno enamorado de la mujer, explorador de fondos esotéricos y psicológicos, amante de los gatos y del esoterismo popular guatemalteco, de Maximón sobre todo, nos ha dejado. Un poco a destiempo creo, porque se preparaba ya para publicar por vez primera su poesía. Lástima, voy a extrañar esas llamadas a las 11 ó 12 de la noche y a su plática incisiva, puntual. Julio: lo extraño ya desde ahora. Si algo me golpeó con fuerza fue encontrar su cama del Igss vacía, de golpe don Fausto, Iboy y yo supimos lo que había pasado. Como le decía, aquí está su copia de Call of Duty Black Ops y también la de aquél libro azul, ese de Regardie en donde están las reglas del Ajedrez de la GD.
No fui a su velorio mi estimado amigo, tampoco al sepelio. ¡No señor! !No quiero que nos despidamos! Nos vemos pronto Julio. ¡Que después de ese largo túnel que muchos mencionan, el Boss Galaga lo lleve hacia las estrellas!
2 comments:
Me pegó un buen susto porque se parece a Hugo Carrillo, ja, ja, ja.......
¡Buenisimo!
No, no se parece en nada a Hugo Carrillo.
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