"Creo que en la evolución humana nunca ha sido necesaria esta substancia LSD. Es sólo un instrumento para convertirnos en lo que se supone que debemos ser". -Albert Hofmann.
El 16 de noviembre de 1938 este científico trabajando en los laboratorios Sandoz descubrió el LSD (dietilamida de ácido lisérgico). Cinco años más tarde, el 16 de abril de 1943, a pesar de que la droga no había rendido los resultados esperados por Sandoz, volvió a investigarla por una corazonada. Sin quererlo se intoxicó con ella e inició un viaje que ha durado hasta la fecha. Tres días después tomó 250 microgramos de la droga, en el conocido como Día de la Bicicleta, para experimentar sus efectos. El resto ya es historia.
Para Hofmann, apoyado por el doctor Richard Evans Schultes, el LSD es un enteogénico, es decir, una droga que estimula estados de conciencia de exaltación mística, al estilo de la psilocibina, el mezcal y ciertos hongos, todos naturales, pero con una ventaja y es que como es un cristal de origen semisintético su dosificación es precisa. Favorito de la era de los Flower Children, investigado por la CIA durante la Guerra Fría, popularizado por Timothy Leary ("en el futuro no te van a preguntar qué libro lees sino cuál pastilla tomas") y declarado inocuo por John Lennon ("debo haberme tomado unos 10,000 ácidos en mi vida) su impacto en la historia de la toxicología se vio truncado por una fuerte campaña que lo demonizó y lo relegó a la esquina en donde se apilan las serias amenazas contra el establishment.
Eso no impidió que Aldous Huxley lo recomendara como medio para despertar a una conciencia superior. Es más, según él se debía tomar tres veces, a los 7 años, al llegar a la adultez y antes de morir (se dice que él mismo eligió una sobredosis antes de morir, mientras su esposa le leía pasajes del Bardo Thodol). Para muchos, por consiguiente, Hofmann era una especie de sacerdote negro. En realidad fue un científico quien, con el transcurrir de los años, se convenció de que su descubrimiento podría tener aplicaciones legítimas en la psiquiatría y en el misticismo. Sus obras son ahora clásicos sobre el tema y su legado, a pesar de la controversia, el miedo y las dudas que genere, queda como una de las pocas puertas de la percepción creadas en un laboratorio de tecnología de cepa racional, de tradición Occidental.
Con él se va una mente brillante que se refería al ácido como "mi hijo problemático". Pero problemático porque nunca fue su intención que se le utilizara para divertirse, ni siquiera por curiosidad, sino como una posibilidad para abrir a la humanidad un horizonte cognitivo más amplio.
El 22 de marzo pasado el Museo H. R. Giger, de Suiza, celebró los 102 años de edad de Hofmann con una colectiva que incluyó obras de Ernst Fuchs, H. R. Giger, Mischa Good, Radovan y Lilian Hirsl, Alber Hofmann, Martina Hoffmann, Klangwirkstoff Records, Nadia Honarchian, Nana Nauwald, Wolfgang Maria Ohlhäuser, Claude Sandoz, Claude Steiner, Robert Venosa, Fred Weidmann y Walter Wegmüller.
(Disclaimer: No le recomiendo a nadie probar ácido bajo ninguna circunstancia, tampoco el doctor Hofmann lo haría).
Imagen: Museo H. R. Giger.
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