Llegaste de noche
Saliste de un pozo
Tomaste mi espíritu
Inundaste mis sentidos
Toqué tu aroma
Sentí tu imagen
Perspiré tu sabor
Escuché tu dulzura
Te sentí, te tuve
Cuando juntos fuimos astros
fuimos la verdad
la verdad de una gran mentira
de un gran sueño
de una gran impostura
Sólo eres onírica
Simbólica
De mi vana esperanza
por locura carnal
por desenfrenar lo prohibido
por arrastrarme en el lodo
por sublimar las cloacas
que destapo en mis sueños
Hoy desperté para siempre
Hoy descubrí para siempre
que sólo sueño
con una muñeca
con un maniquí
con un reflejo
De todas las deformidades
Que engendra mi alma
Farawell
Farawell
Farawell
Forever...
Thursday, July 21, 2005
Thursday, July 14, 2005
El grito (2002)
Me volteo sobre la cama con pesadez. Otro día, ya salió el Sol precedido por su Gloria y su Aurora. Ojalá no vaya hoy a la oficina, sobre todo al medio día, cuando siento el calor y los rayos del viejo dios como una bofetada a la cara, propinada para recordarme cuán vivo estoy, sin esperanza de encotrar pronto la muerte.
En la pared veo una cucaracha grande. Balancea su cabeza mientras se limpia una antena con las mandíbulas -¿eras tu quien aleteaba? Gracias por venir, al fin de cuentas, ¿cuál podría ser la diferencia entre el rumor de tus alas y las un ángel? La atrapo y la dejo en el terrario, para alimento de los escorpiones.
Pasan los días y las noches. Los días con su luz dañina y calenturienta. Las noches, con su fresca invitación a explorar los entresijos de la sexualidad hasta alcanzar el clímax y el sueño para adormecer el cerebro y hacerme sentir más cerca de ignotos dioses enterrados otrora con grosería por la cristiandad.
Una noche, ese placer más allá del rito se interrumpe con rudeza. Escucho un chillido discordante, parecido al canto de un grillo, pero sordo y poco eufónico. Tras varias noches de vigilia, por fin descubro su origen: es la cucaracha, que asoma la cabeza fuera del terrario. Los escorpiones, en el fondo, parecen ignorarla, incluso, creo, la desprecian. Ella sube para gritar, para despertarme y volverme a la realidad.
Cuando medito sobre el asunto, empiezo a saber. El blatélido quiere decirme algo. Al interrumpir mi sueño provoca un contraste para hacerme conscientes los profundos abismos de la psique. Pero ahí no se detiene el proceso. Un día, del negro fondo de mi sueño surge un destello intenso, blanco, enceguecedor, sin ruido. A mi mente viene la imagen de un vacío ocupado por el rostro de la cucaracha. Lo sé, ese vacío es hijo de la odiosa matriz de mis anteriores sueños. Ningún esfuerzo me distrae, la escena no se borra. Al principio parece una fotografía. Con el paso de las noches cobra vida poco a poco. Primero, unos apéndices pequeños cercanos a las antenas son los únicos dotados de movilidad -como si la cucaracha buscara recibir una señal, un indicio. Después, el insecto extiende sus élitros y la escena vuelve a quedar estática.
Con afán agoto las horas frente al CRT. Los MathCad no me ayudan y abandono una idea descabellada fraguada por culpa de mis dudas: según yo, los pulsos de los apéndices transmiten un código. Si lo descifro habré puesto el pie sobre el primer peldaño de la escalera hacia un nuevo estado de conciencia, para alcanzar la plenitud y confundirme con la Diosa.
Pasan los meses. Harto finalmente, agobiado por pésimas y chapucera intentonas esteganográficas, quiero olvidarme de todo. Para celebrar mi atinada decisión, acompañado por la estridencia del rock metalero, decido darle un beso profundo a un exquisito puro de cannabis. En cuanto el alcaloide hace su efecto, aparece de nuevo la cara de la cucaracha pero ahora, gracias a la conciencia potenciada y a los prejuicios disminuidos, entiendo finalmente. Ya estoy en el primer peldaño. En silencio, la cucaracha me invita a explorar el sexo con ella, a transgredir los últimos tabués para ayudarme a dar un paso al más allá, porque esa será la única forma, ahora sé, de subir al segundo peldaño de la escalera. La cucaracha es una guía, un vector, hacia la liberación.
Versión urtext, sin editar, de El reclamo de la cucaracha, publicado en Mis inséctos son ángeles, Letra Negra Editores, Guatemala, 2002. ISBN 99922-42-17-5. Foto: Blatella galactica, 2004.
En la pared veo una cucaracha grande. Balancea su cabeza mientras se limpia una antena con las mandíbulas -¿eras tu quien aleteaba? Gracias por venir, al fin de cuentas, ¿cuál podría ser la diferencia entre el rumor de tus alas y las un ángel? La atrapo y la dejo en el terrario, para alimento de los escorpiones.
Pasan los días y las noches. Los días con su luz dañina y calenturienta. Las noches, con su fresca invitación a explorar los entresijos de la sexualidad hasta alcanzar el clímax y el sueño para adormecer el cerebro y hacerme sentir más cerca de ignotos dioses enterrados otrora con grosería por la cristiandad.
Una noche, ese placer más allá del rito se interrumpe con rudeza. Escucho un chillido discordante, parecido al canto de un grillo, pero sordo y poco eufónico. Tras varias noches de vigilia, por fin descubro su origen: es la cucaracha, que asoma la cabeza fuera del terrario. Los escorpiones, en el fondo, parecen ignorarla, incluso, creo, la desprecian. Ella sube para gritar, para despertarme y volverme a la realidad.
Cuando medito sobre el asunto, empiezo a saber. El blatélido quiere decirme algo. Al interrumpir mi sueño provoca un contraste para hacerme conscientes los profundos abismos de la psique. Pero ahí no se detiene el proceso. Un día, del negro fondo de mi sueño surge un destello intenso, blanco, enceguecedor, sin ruido. A mi mente viene la imagen de un vacío ocupado por el rostro de la cucaracha. Lo sé, ese vacío es hijo de la odiosa matriz de mis anteriores sueños. Ningún esfuerzo me distrae, la escena no se borra. Al principio parece una fotografía. Con el paso de las noches cobra vida poco a poco. Primero, unos apéndices pequeños cercanos a las antenas son los únicos dotados de movilidad -como si la cucaracha buscara recibir una señal, un indicio. Después, el insecto extiende sus élitros y la escena vuelve a quedar estática.
Con afán agoto las horas frente al CRT. Los MathCad no me ayudan y abandono una idea descabellada fraguada por culpa de mis dudas: según yo, los pulsos de los apéndices transmiten un código. Si lo descifro habré puesto el pie sobre el primer peldaño de la escalera hacia un nuevo estado de conciencia, para alcanzar la plenitud y confundirme con la Diosa.
Pasan los meses. Harto finalmente, agobiado por pésimas y chapucera intentonas esteganográficas, quiero olvidarme de todo. Para celebrar mi atinada decisión, acompañado por la estridencia del rock metalero, decido darle un beso profundo a un exquisito puro de cannabis. En cuanto el alcaloide hace su efecto, aparece de nuevo la cara de la cucaracha pero ahora, gracias a la conciencia potenciada y a los prejuicios disminuidos, entiendo finalmente. Ya estoy en el primer peldaño. En silencio, la cucaracha me invita a explorar el sexo con ella, a transgredir los últimos tabués para ayudarme a dar un paso al más allá, porque esa será la única forma, ahora sé, de subir al segundo peldaño de la escalera. La cucaracha es una guía, un vector, hacia la liberación.
Versión urtext, sin editar, de El reclamo de la cucaracha, publicado en Mis inséctos son ángeles, Letra Negra Editores, Guatemala, 2002. ISBN 99922-42-17-5. Foto: Blatella galactica, 2004.
Monday, July 11, 2005
Sunspider
Completé la invocación. Apagué las velas y cerré la Pequeña Clavícula. La luz tenue, el aroma del incienso indio, la transparencia de la atmósfera, el canto gregoriano y la incertidumbre, común después de una ceremonia, sobre si lo visto y oído serían ciertos, me inspiraron un Déjà Vu intenso. -En fin-, me dije, -ya veremos si funciona-.
Un movimiento visto de reojo me hizo desviar la mirada. Fijé la vista y allí estaba, casi la había olvidado. Era un escorpión de viento, una hembra, que amaneció un día sobre mi almohada. Cuando la tomé con la mano izquierda, me dejó un indeseable recuerdo, -caca de araña- pensé, inofensiva.
Sentí modorra, eran las 11 de la noche. Alguna idiotez en la televisión fungió como un golpe en la sien y perdí la conciencia. Un manto negro me envolvió para fundirme con un todo imaginario. El descanso era total, pero no por mucho. Un ruido lejano y un chillido me despertaron.
Siguieron murmullos, cantos sordos y destellos. Me escrutaban. Rostros horrorosos se detenían cerca de mí por largo rato. Quería gritar, huir de aquellas caras y del miedo, un miedo sin razón, pero sólo conseguía hundirme de nuevo en la vacuidad del manto negro.
Quise erguirme pero no pude, sentía como si un puño gigante apresara mi cuerpo. Jadeaba, tenía el estómago hundido, los brazos y piernas como piedras y los párpados cosidos. Además, un zumbido reventaba mis oídos.
Tampoco podía hablar, no sentía la lengua y tenía muy alta la temperatura. Un olor nauseabundo me desesperaba. Empecé a rezar y por respuesta obtenía la visión deforme, sardónica y caricaturesca de la diosa Bast.
El olor me hizo vomitar. Abrí los ojos y me felicité por sobrevivir a semejante pesadilla. Volví a dormir, pero con luz. Al día siguiente, mientras me duchaba, me pareció jocoso, por infantil, el miedo que había sentido.
El agua fría me provocó escalofríos que me hicieron perder el equilibrio. Mientras caía, pensaba, -tal vez no fue caca, sino ponzoña-, pero recordaba que esa especie no posee glándulas venenosas.
El terror volvió. El agua me golpeaba con gotitas, al principio, y con martillos después. De nuevo la parálisis, el olor y la náusea. Ahora deseaba vomitar para despertar como la vez anterior. El agua me llegaba hasta la cara porque al caer había tapado la reposadera. Por fin, el vómito salvador. Quedé en la oscuridad -voy a seguir durmiendo-, pensé.
Ahora estaba en una sala. La escorpiona, encerrada en una caja transparente, me veía con la cabeza levantada, posición que estimé imposible para ella. -Sí puedo-, me dijo. Sentí alegría, no cualquiera habla con un arácnido. -Lástima-, me dije, -hubiera preferido abejas o escorpiones de verdad-, supongo que saben más.
Es obvio que el animal era capaz de leer la mente, porque movió la cabeza de un lado al otro. -Sé todo lo que saben ellos, lo mío y más aún. Puedo hacer cosas inimaginables para ti: mira, levanto la tapa y eso, tú, no lo puedes hacer-.
La conversación se alargaba pero la luz se apagó. Volvieron el frío, el olor nauseabundo y ahora faltaba el aire. -La araña tiene la respuesta-, me dije. La visualicé en mi mente. Apareció luminosa, radiante. Sólo dijo, -gestalt-.
-Eso es, debo completar el diálogo-. A pesar de la parálisis y un dolor intolerable volví a la sala en mi imaginación. -Mira-, me dijo, -puedo levantar la tapa, tú no-. -Claro que puedo-, le dije, y presioné con todas mis fuerzas, pero era incapaz de mover el techo de la habitación. De pronto lo tenía a centímetros de la cara.
-No te das cuenta-, sentenció la araña, -te enterraron vivo, eso es todo. Pero no importa, dentro de un rato ya van a estar muertos tú y tu pesadilla-. Entonces entendí, no podía gritar porque ya había agotado el aire dentro del ataúd.
A Robert Bloch. Foto: Sunspider, 2004.
Un movimiento visto de reojo me hizo desviar la mirada. Fijé la vista y allí estaba, casi la había olvidado. Era un escorpión de viento, una hembra, que amaneció un día sobre mi almohada. Cuando la tomé con la mano izquierda, me dejó un indeseable recuerdo, -caca de araña- pensé, inofensiva.
Sentí modorra, eran las 11 de la noche. Alguna idiotez en la televisión fungió como un golpe en la sien y perdí la conciencia. Un manto negro me envolvió para fundirme con un todo imaginario. El descanso era total, pero no por mucho. Un ruido lejano y un chillido me despertaron.
Siguieron murmullos, cantos sordos y destellos. Me escrutaban. Rostros horrorosos se detenían cerca de mí por largo rato. Quería gritar, huir de aquellas caras y del miedo, un miedo sin razón, pero sólo conseguía hundirme de nuevo en la vacuidad del manto negro.
Quise erguirme pero no pude, sentía como si un puño gigante apresara mi cuerpo. Jadeaba, tenía el estómago hundido, los brazos y piernas como piedras y los párpados cosidos. Además, un zumbido reventaba mis oídos.
Tampoco podía hablar, no sentía la lengua y tenía muy alta la temperatura. Un olor nauseabundo me desesperaba. Empecé a rezar y por respuesta obtenía la visión deforme, sardónica y caricaturesca de la diosa Bast.
El olor me hizo vomitar. Abrí los ojos y me felicité por sobrevivir a semejante pesadilla. Volví a dormir, pero con luz. Al día siguiente, mientras me duchaba, me pareció jocoso, por infantil, el miedo que había sentido.
El agua fría me provocó escalofríos que me hicieron perder el equilibrio. Mientras caía, pensaba, -tal vez no fue caca, sino ponzoña-, pero recordaba que esa especie no posee glándulas venenosas.
El terror volvió. El agua me golpeaba con gotitas, al principio, y con martillos después. De nuevo la parálisis, el olor y la náusea. Ahora deseaba vomitar para despertar como la vez anterior. El agua me llegaba hasta la cara porque al caer había tapado la reposadera. Por fin, el vómito salvador. Quedé en la oscuridad -voy a seguir durmiendo-, pensé.
Ahora estaba en una sala. La escorpiona, encerrada en una caja transparente, me veía con la cabeza levantada, posición que estimé imposible para ella. -Sí puedo-, me dijo. Sentí alegría, no cualquiera habla con un arácnido. -Lástima-, me dije, -hubiera preferido abejas o escorpiones de verdad-, supongo que saben más.
Es obvio que el animal era capaz de leer la mente, porque movió la cabeza de un lado al otro. -Sé todo lo que saben ellos, lo mío y más aún. Puedo hacer cosas inimaginables para ti: mira, levanto la tapa y eso, tú, no lo puedes hacer-.
La conversación se alargaba pero la luz se apagó. Volvieron el frío, el olor nauseabundo y ahora faltaba el aire. -La araña tiene la respuesta-, me dije. La visualicé en mi mente. Apareció luminosa, radiante. Sólo dijo, -gestalt-.
-Eso es, debo completar el diálogo-. A pesar de la parálisis y un dolor intolerable volví a la sala en mi imaginación. -Mira-, me dijo, -puedo levantar la tapa, tú no-. -Claro que puedo-, le dije, y presioné con todas mis fuerzas, pero era incapaz de mover el techo de la habitación. De pronto lo tenía a centímetros de la cara.
-No te das cuenta-, sentenció la araña, -te enterraron vivo, eso es todo. Pero no importa, dentro de un rato ya van a estar muertos tú y tu pesadilla-. Entonces entendí, no podía gritar porque ya había agotado el aire dentro del ataúd.
A Robert Bloch. Foto: Sunspider, 2004.
Friday, July 08, 2005
La esperanza en el vano
Son las tres de la mañana
el estudio está aburrido
veo en tus ojos
inmensas orbes transparentes
el reflejo de un alma
vestida de verde intenso
con quietud, sobre el vano de la puerta.
Y tu canto. Y tu canto.
¿A quién cantas?
No son cantos de sirenas
no son rimas obsoletas
son la piel ignota
de un lenguaje Arcano
tal vez maya
tal vez indio
si no etrusco
quizá egipcio
pero ignoto
¿Quién lo sabe?
nadie
-----
Al fin te entiendo
mis oídos
mis ojos
mi intelecto
se han abierto
El humo y el veneno
del cannabis, del ajenjo
me revelan lo que dices:
No cantas a los dioses
ni a las gestas de nosotros
sólo dices,
"ella no es para tí
olvídala
abandónala
húyele
porque ese amar, te va a matar".
Foto: To Elen, 2004.
el estudio está aburrido
veo en tus ojos
inmensas orbes transparentes
el reflejo de un alma
vestida de verde intenso
con quietud, sobre el vano de la puerta.
Y tu canto. Y tu canto.
¿A quién cantas?
No son cantos de sirenas
no son rimas obsoletas
son la piel ignota
de un lenguaje Arcano
tal vez maya
tal vez indio
si no etrusco
quizá egipcio
pero ignoto
¿Quién lo sabe?
nadie
-----
Al fin te entiendo
mis oídos
mis ojos
mi intelecto
se han abierto
El humo y el veneno
del cannabis, del ajenjo
me revelan lo que dices:
No cantas a los dioses
ni a las gestas de nosotros
sólo dices,
"ella no es para tí
olvídala
abandónala
húyele
porque ese amar, te va a matar".
Foto: To Elen, 2004.
Wednesday, July 06, 2005
Reflexiones
Fui cobarde,
preferí perderte
Fui mendigo,
acepté tus migajas
Fui pusilánime,
preferí el silencio
Fui tonto,
esperé en vano
Fui iluso,
mantuve la esperanza
Fui débil,
tus golpes fueron alimento
Fui vegetal,
no supe conmoverte
Fui sordo,
no quise oir tu no
Fui mudo,
no pude decírtelo,
Fui ciego,
no me atreví a verte
Fui onanista,
me tocaba yo solo
Fui cojo,
no llevé tu paso
Fui servil,
fuiste mi diosa
Fui mendaz,
te negué el sentimiento
Hoy te lo grito,
Te amé, te amo, te amaré
Pero lástima,
hoy, ya estoy enterrado
Te lo gritan mis cenizas.
preferí perderte
Fui mendigo,
acepté tus migajas
Fui pusilánime,
preferí el silencio
Fui tonto,
esperé en vano
Fui iluso,
mantuve la esperanza
Fui débil,
tus golpes fueron alimento
Fui vegetal,
no supe conmoverte
Fui sordo,
no quise oir tu no
Fui mudo,
no pude decírtelo,
Fui ciego,
no me atreví a verte
Fui onanista,
me tocaba yo solo
Fui cojo,
no llevé tu paso
Fui servil,
fuiste mi diosa
Fui mendaz,
te negué el sentimiento
Hoy te lo grito,
Te amé, te amo, te amaré
Pero lástima,
hoy, ya estoy enterrado
Te lo gritan mis cenizas.
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