La reciente encuesta de Vox Latina, patrocinada por Prensa Libre, no debería haber sido una bofetada, pero lo fue. Como apuntó Lucía Escobar en su columna pasada, somos un pueblo rudo, falto de información, más cercano a la Edad Media que a la era de la razón.
Ni pensemos estar cerca del famoso Siglo XXI. Para la mayoría el sexo sólo sirve para procrear y esa creencia, carente de base científica, impera acá desde tiempo inmemorial. Recuerdo, al albor de la adolescencia, el asombro que sentía cuando mis tíos me presentaban potenciales parejas. Siempre eran mujeres feas, gordas e ignorantes. Hoy, un poco mas allá de los 50, entiendo su consejo, “buscate una compañera para procrear y confiná el placer sexual a las prostitutas”.
Aún así, tal deleite sería de cuestionable utilidad puesto que, para superar los prejuicios contra el desenfreno y el temor a contraer una ETS, la mayoría de hombres van a los lupanares: primero, para emborracharse y después, para copular semiinconscientes.
El peso de la cultura judeocristiana, la tara de la desnutrición, que en Guatemala alcanza hasta a las clases altas, y el ananumerismo nos convierten como país en presa fácil de las plagas que los europeos debieron superar con sangre y que la iglesia Romana aun trata de mantener incólumes.
No deja de ser paradójico. Vemos en árabes y judíos a fundamentalistas irredentos, pero no pensamos ni por asomo que en nuestra raíz misma está larvada esa nefasta tendencia, hija de la creencia, jamás de la ciencia, que solo puede seguir predando en países brutos como el nuestro.
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