Héctor Roberto Rosada Granados, Reuters, 1994. |
El V:.y:.Q:.H:. Héctor Roberto Rosada Granados deja una impronta de honda huella, habiendo cumplido su misión como observador imparcial de la convulsa realidad de Guatemala. Poseedor de una larga trayectoria académica, negociador de la paz, agudo analista enfocado en la realidad y buceador incansable en las aguas profundas de la sociología -ciencia que su fue Leitmotiv, fue pionero en investigar al Ejército desde una mira científico-social. Y más, era un hombre multifacético y un buscador, más allá de la superficie bruta de la piedra que es el ser humano.
Fue mi profesor en el Liceo Guatemala y no tardamos en hacernos amigos. Una amistad hilada por un continuo interés en ese otro lado de la realidad que no todos pueden ver. No fue una amistad de mutuas visitas, encuentros o intercambios. Fue, más bien, una sutil correspondencia de ideas, ideales y búsquedas para encontrar una respuesta que le diera sentido trascendente al aparente caos que podemos apreciar. Al final, me temo que el dios de Spinoza, el demiurgo YALDABAOTh, o el dios que Juan Pablo I consideró como padre y madre al mismo tiempo se quedaron en la canasta de nuestras inquisiciones, así como evaluar cuán cierto podría ser que vivimos en una vil simulación informática, mal hecha por cierto, como lo han sugerido algunos scholars (Bostrom) de la University of Oxford.
Según cuentan los hombres dignos de fe, por él culminé mis estudios en el Liceo Guatemala. Me refirieron que el entonces director, Maximiliano Mediavilla Molera, convocó a reunión al claustro de profesores para que decidiese si yo u otro compañero, a la sazón mi mejor amigo, sería expulsado del colegio. Eramos consensualmente considerados una plaga, y según el director cercenando un miembro del binomio, el que se quedase entraría por el aro, al verse sin apoyo.
Héctor me defendió durante la reunión y no se llegaba a una decisión, pasó el tiempo y otros profesores empezaron a ladrar que debían ir a casa. Finalmente, el asunto se dilucidó invocando al azar con una técnica ancestral. Una moneda me dejó en el colegio. Jamás me contó Héctor semejante historia, la supe por un miembro del staff colegial, un día cuando lo encontré en la calle, años después de recibirme. El hombre estaba severamente intoxicado por el daemon alcohol.
Muchos fueron los textos que conocí gracias a él, desdel la Proletarización del campesino de Guatemala (su texto para la clase que nos impartía en secundaria), de Humberto Flores Alvarado, a The Naked Ape (Desmond Morris) o su cauteloso encanto por obras como Recuerdos del futuro (Däniken) o El retorno de los brujos (Pauwels y Bergier). También le gustaban los buenos carros, también otros placeres de este mundo. Era un hombre hecho y derecho y completo ser humano.
Mi estimado frater, prontó yo también beberé de las aguas del Estigia. Mientras, me queda bajo la manga aquél nombre que me diste un día que siento cada vez más lejano. Su uso, me dijiste, revela la Verdad. Pronto nos veremos. Pax Profvnda!