Tres jóvenes lacandones -apodados San Juan, San Pedro y San Marcos- en la pista Lacandón, Petén, junto con el capitán Carlos Enrique -El Gato- Samayoa. Foto de la colección de Rafael Vettorazzi vía Mundo&Motor. |
Así enseñaba el viejo profesor, quien había vuelto a las aulas del Liceo Guatemala, en donde décadas antes había conocido mejores tiempos. Pero lo hacía ya anciano, con paradigmas trasnochados y falta de autoridad ante un grupo de estudiantes que estaban muy lejos de los militarizados que encontró cuando tal general dictaba los destinos del país.
Muchos no le escuchaban. Yo sí. A pesar de cursar el primero de secundaria me pareció que mentía, no creía cierto que alguien actuara como animal. Más, pensé, se trataba de recuerdos tamizados por prejuicios, clasismo y racismo. De inmediato sentí desprecio por él y le perdí el poco, poquísimo respeto que me habría inspirado. Comprobaría más tarde, al estudiar antropología, que en Guatemala tenemos una fuerte tendencia a creernos semejantes fábulas, a transmitirlas y afirmarlas con el más absoluto descaro ("no coman tortillas porque embrutecen", por ejemplo). Y a pesar de que tal elemental incursión académica duró solo dos años, fue suficiente para darme una visión más amplia y egalitaria.
Terrible como parezca, este artículo de Stephanie Pappas cita a un estudio que culpa a la cultura misma como al vector que inocula tales prejuicios en las personas. Bien decía Pier Paolo Pasolini que la cultura es mierda y que eso le damos de comer a los jóvenes. Menos grosera pero igual de aguda fue la observación que hizo un antropólogo social (no identificado): "La cultura es un mal necesario". Si no cambiamos nuestro currículum educativo y dejamos atrás toda esa bola de mentiras nunca seremos viables como país, como dicen algunos oenejeros, encubriendo conceptos más cortantes. Aquellos lacandones fueron vejados por iniciativa de un Monteforte joven, en bruto digamos. Habrá quien piense que él, como Miguel Ángel Asturias, pasó por un proceso evolutivo. Tal vez sí, tal vez no. O tal vez fue un vector más de los horrores de esta temible cultura.