Languidece ya la primera década del siglo XXI y no ha traído, ni traerá todavía, la prometida nueva era de paz, prosperidad e igualdad para todos. Las naciones están más divididas, explotadas y arrasadas que nunca. Una nota publicada por la revista Time asegura que hoy hay más esclavos que nunca en la historia, y entre ellos se cuentan los explotados sexualmente, una gran mayoría niños o menores de edad. El terremoto en Haití y sus consecuencias muestran a una nación que, de haberse cumplido aquellos pronósticos optimistas, nunca debería haber sufrido tanto, a causa del seísmo y por la destrucción cultural a la que se le ha sometido durante su historia. Haití somos todos los países del Tercer Mundo, es el espejo, el más terrible sí, nuestro fiel reflejo.
China, ante los ojos pasivos del mundo, arrasa al Tibet sin ningún miramiento; Japón caza ballenas mientras voltea la mirada en dirección contraria a las protestas de ecologistas; el Vaticano condena cualquier método de control natal, que no sea el inútil que propugna. El calentamiento global es rampante, pero grandes empresas todavía usan testaferros disfrazados de científicos para negarlo y poder seguir explotando al planeta en busca de ese 0.5 por ciento de crecimiento anual: millones para sus inversionistas, a quienes el futuro inmediato, y no digamos el más lejano, les importa poco.
Estados Unidos tomó Iraq basado en informaciones falsas, destruyó su infraestructura cultural y dejará, cuando se vaya, a un país dilapidado listo para seguir siendo explotado sin misericordia, con la participación pasiva y complaciente de las potencias europeas, comprometidas hasta las cachas económicas y tecnológicas con los gringos, ¿y qué?
Una de las industrias más rentables estos primeros 10 años ha sido la que produce drogas, o sustancias controladas, para hacerle el juego a la DEA. Otra, tal vez más rentable aún, es la producción de armas de fuego. La contaminación es rampante en todas partes. Por todos lados se ve levantarse a nación contra nación y a señor contra señor. La mujer está lejos todavía de ser considerada par del hombre en la mayoría de culturas, incluso en las cuales se aprecie de serlo. Y tal vez lo más terrible sea que estamos lejos de compartir todos el mismo legado cultural, que debiera ser universal. Es imperativo pagar, y caro, para acceder a la mejor educación. Este patrón se repite una y otra vez: ¿quiere los frenos más efectivos, los recién salidos de horno tecnológico? Pague. ¡Ah! ¿Necesita ese medicamento novísimo que cura, en un santiamén, la enfermedad padecida durante décadas? Paguélo a precio de oro o siga sufriendo y muera. Por cierto, este esquemita es más válido para el Tercer Mundo que para cualquier otra parte.
Así podría seguir ad nauseam. Tenemos ante nosotros un mundo asombroso, capaz de crear estufas digitales que cocinarán los alimentos al estilo de Star Trek, de fabricar ya nanorobóts que llevarán la cura sólo a las células enfermas, pero que sólo posee reservas de ciertas tierras raras para unos ocho años más. El costo de progresar como lo hemos hecho ha sido muy alto, desigual e ineficiente. No es raro, pues, que muchos deseen ver el final de este esquema. Sólo que aún hoy, en el tal siglo XXI, no hemos sido capaces de cambiar mucho desde los tiempos de la antgua Roma. Roma cayó, Occidente también caerá y después ¿qué? ¿Otra era de oscuridad? Ojala me equivoque, pero a veces pienso que ya estamos en el Apocalipsis.
A María Isabel.
Imágen: Retrofuture Drawings from the 50s.
A María Isabel.